Una estación de tren siempre fue el comienzo de nuevas vidas. Una promesa puntual, un cuento de Hemingway, aunque uno fuese tan sólo de Valladolid a Madrid.
Pero en ese trayecto, en lo que dura un AVE, uno podía bajar en Chamartín siendo ya otro. Porque el libro que iba leyendo le hubiese cundido lo suficiente o simplemente porque se hubiese apeado con esa convicción feroz de comerse el mundo.
También me he enamorado en lo que duraba el trayecto, porque el tren es uno de esos lugares propicios para el amor, que diría Ángel González. Fue tan sólo una vez e imaginé toda nuestra vida durante el trayecto y al llegar a la estación tenía la certeza, sin haber juntado valor para cruzar una palabra, sólo por como miraba por la ventanilla, de que no habríamos sido felices ninguno de los dos. La felicidad requiere valor.
Los trenes son lo que quedaba de un mundo más grande que iba pasando por la ventanilla. He cogido tantos trenes en mi vida… He vivido tantas vidas.
Los últimos años he usado el AVE como oficina. De Valladolid a Segovia dormía la siesta y de Segovia a Madrid escribía un artículo, casi siempre mejor que si lo escribía parado por alguna extraña inercia, pero hoy ya no hay quien coja el AVE.
Ir de Valladolid a Madrid empieza a ser como ir de Zimbabue a Zambia, una aventura llena de retrasos e incomodidades. La estación de Chamartín los últimos meses tiene más pinta de estación de Mumbai: atestada de gente por los retrasos y falta de información.
Lo próximo, a este ritmo, será ver como pasan las gallinas por los rayos X. Empieza a ser más probable encontrar una mujer para toda la vida que un tren que salga a su hora de Chamartín.
La izquierda, en este país, siempre tiene ese as en la manga, para justificar cada subida de impuestos, de que el dinero recaudado será para sanidad, educación, transportes y demás servicios públicos. Nunca se ha recaudado tanto dinero en España y nunca ha funcionado el transporte público peor.
Eso sí, el ministro de Transportes, en buggy, le dirá que esto es algo "puntual". Y uno no sabe si lo dice con sorna a costa de los españoles o porque no sabe lo que significa "puntual".
Toda mi vida he querido viajar en el Orient Express, incluso a riesgo de terminar siendo el cadáver yo. París-Estambul bien vale una vida. Pero de momento lo más probable es que en una de estas idas y venidas a Madrid nos toque hacer noche en un vagón del AVE averiado en mitad de Guadarrama, sin orquesta, sin cafetería, sin pijama y lo que es peor: sin nadie de quien enamorarse.
Lo de los trenes, en España, empieza a ser sintomático de una dejadez en lo público que lleva años pasando factura, pero a la que nadie ha hecho caso porque, como decía Raúl del Pozo, por aquí ha corrido más dinero del que corrió nunca por África.
Eso sí, aún en estas el politiqueo, a izquierda y a derecha, está empeñado en convencer a los españoles de que el transporte público es mucho mejor que el privado.