Sólo 2 de 72. Sólo dos hombres de 72 rechazaron violar a una mujer drogada, dormida hasta la inconsciencia, cuando Dominique P. les propuso abusar de su esposa para disfrutar de una perversión sexual. Sólo dos. 

Dos. 

Uno era un aficionado al sexo libertino y a los clubs de intercambio que sacó remilgos al sopesar que lo mismo la mujer vapuleada no estaría muy conforme con la humillación recurrente. Por lo visto pensó un rato y acabó decidiendo que eso era delictivo, plegó velas pero nunca denunció. Lo que yo no hundo no ha sido hundido, aunque me conste.

No le dio por alertar a la policía de lo que estaba sucediendo. Bien.

En el chat donde el grandioso, donde el ideólogo violador invitaba a extraños a humillar y penetrar a su esposa, la propuesta fue titulada Sin su conocimiento. El hecho de que la víctima estuviese sometida a sumisión química no era nada de lo que avergonzarse, no era nada que ocultar, no era nada que disimular ni nada que explicar más adelante o que opacar para siempre: el abuso era un reclamo.

Esto es divertido: es llamativo, es exótico. ¿Cuándo volverás a tener la oportunidad de hacer algo así?

El saber que ella estaría dormida, que jamás recordaría nada, que era un objeto, una criatura vulnerable, inerte, prácticamente muerta, un elemento más del mobiliario que perpetrar y ultrajar, les resultaba sexy. Erógeno. Estimulante. Eso les ponía cachondos. 

Esto no va de belleza ni va de erotismo. Esto, como casi siempre, va de poder. 

Nadie buscó a un ente activo. Nadie se dejó seducir por gemidos ni por una hembra que les mirase a los ojos. Lo que deseaban era una basura que reventar. Como una muñeca de goma sofisticada: respira, siente, pero no recordará nada cuando se levante. 

¡Ésta es la noticia!

Me ha llamado la atención esto: más de la mitad de los hombres que curioseaban en una página de citas sexuales accedieron a violar a una mujer desactivada.

Soy bastante libertina: creo que se puede y se debe tener diversiones sexuales extravagantes sin delinquir. Es legítimo encontrarse en internet para compartir ideas tabú y pasarlo bien sin herir a nadie. 

Lo que me fascina terroríficamente es que en ese contexto, hombres, como dice ahora la prensa, encantadores y presuntamente normales, periodistas, empresarios, repartidores, aficionados a las excursiones en bicicleta, padres aparentemente ejemplares, adorasen la posibilidad de perpetrar a una mujer acabada.

Que ni consintió, ni deseó, ni supo. Que no fue. Que no estaba allí: que sólo estaba en carne. 

Esto me hace pensar algo apocalíptico: ¿cuántos varones, si supiesen que las mujeres nunca vamos a enterarnos ni a recordar nada, nos violarían encantados de la vida?

Lo que les frena no es el riesgo lejano del punitivismo legal: ni siquiera. Lo que les frena no es la ética ni la vulneración a nuestros derechos humanos. Lo que les frena no es el pudor. Lo que les frena no es que seamos sus hijas, o sus hermanas, o sus amigas, o sus novias, o sus compañeras de trabajo; no les frena, ni siquiera, que nos hayan querido en algún momento de su historia: lo que les frena es que podamos recordarlo y les señalemos con el dedo clavado en su ojo. 

Hay una fantasía ebria recurrente: ¿qué harías hoy si mañana nadie recordase nada? Hoy, tras esta noticia, sabemos lo que muchos de ellos harían: violarnos. Hundirnos. Pegarnos. Reventarnos delante de nuestras parejas conniventes e, incluso, repetir. ¡Eso es lo que les gusta!

Mis amigos me han recordado que sobre esta infamia ya se versó en Kill Bill o en Hable con ella: películas populares donde se arrendaba el cuerpo de mujeres en coma. En la primera, de hecho, hay un usuario de la chica ultrajada que se queja al enfermero-arrendador de que la vagina-inquilina está muy seca. Lamentable servicio: extrañó el lubricante. 

Huelga decir algo duro y cierto: Clara Serra, feminista avalada y nada sospechosa de pátina patriarcal, reconoció que muchas mujeres tienen fantasías de violación. Esto es cierto y yo lucho para que no nos sonroje. Es la fantasía de la cervatilla que anhela, ficticiamente, dejarse comer por el lobo. Pero no es más que una fabulación gamberra. Es el miedo el que resulta morboso, pero ninguna mujer lo soportaría ni física ni mentalmente en el plano real.

Tenemos derecho a jugar enfermo. Tenemos derecho a proyectar sucio. ¿Nos van a matar, también, por eso? ¿Nos van a vengar? 

Al final, desnudas y vulnerables en la cama, colindantes a un varón que momentáneamente adoramos, cruzamos los dedos para que nos tome en serio, para que nos sienta iguales, para que no nos destroce el cuerpo ni lo que nos quede de moral o dignidad. Cruzamos los dedos para poder despedirnos, después de ese encuentro, sobria y amigablemente.

No hablamos de amor, ni siquiera de cariño. Hablamos de humanidad. De recordar que la persona que acabas de atravesar tiene padres y traumas y sueños y recuerdos y una vez lloró por amor y en otra ocasión suspendió un examen o no se sintió suficiente para su mejor amigo.

En este caso paradigmático en la Justicia francesa, hay un problema para todos ellos: que lo que ellos trataron como una muñeca, ha cobrado vida. Que ahora, por fin, les mira a los ojos.