Alvise presumía de oler a cordero y ha resultado ser un lobo como todos los que él aspiraba a desenmascarar.

El triunfo de Alvise Pérez se explicó, decían, por su dominio de las redes y un lenguaje pegadizo como la canción del verano. En realidad, su éxito se basó en una de las más antiguas artimañas políticas: explotar el descontento y sus emociones; señalar a un enemigo abstracto, pero convincente; proponer la destrucción de todo como única solución.

Alvise jugó a ser profeta entre los suyos. Soy uno más defraudado por el sistema y vengo a iluminaros el camino de salida, parecía decir.

Alvise, en el vídeo difundido en sus redes sociales, el pasado jueves.

Ese camino de salida pasaba, por supuesto, por aupar a Alvise a lo más alto. Él prometió que ejecutaba esa misión como un héroe solitario, como un Robin Hood que no quería enriquecerse con el oro, sino repartirlo entre los pobres, como un infiltrado que se sacrificaba por la causa.

Y, mientras embaucaba a tantos sedientos de cambio, se estaba embolsando 100.000 euros sin declarar. Corruptos son siempre los otros, claro. Lo de Alvise es resistencia contra el terrorismo fiscal del Estado.

Eso sí, lo es porque le han pillado. Porque hasta la fecha semejante acto de rebeldía, que ahora propone a sus acólitos como modelo a seguir, estaba en las sombras. Como sus verdaderas intenciones.

Hay que tener caradura. Aquel que logró votos jurando desvelar casos de corrupción que escandalizarían al país, balbucea ahora excusas de pícaro sorprendido para intentar que lo secundemos en sus trampas. Pero Alvise no es el Lazarillo de Tormes, sino otro espabilado de la factoría digital.

¿No votaron a Alvise tantos miles de españoles con la promesa de que votaban a uno de los suyos? ¿No tenían también derecho a saber cuánto y cómo cobraba su idolatrado paladín?

¿No merecían saber que aquel que perseguía y acosaba a otros bajo la bandera de la transparencia estaba vendiendo su apoyo a cambio de criptomonedas?

"Haced como yo y cobrad en negro", grita ahora desde la pantalla. Una arenga algo decepcionante para alguien que prometió descender a los infiernos de la corrupción y volver victorioso.

Sirva esto como lección de que para encontrar buenos políticos no hay que ir a buscarlos a las redes sociales. No son los algoritmos los que engendran grandes líderes, sino los ciudadanos decentes con conciencia de lo que es el bien común.

Los votantes de Alvise quizá imaginaron que impulsando al agitador acabarían también participando de su gloria. Empujaron a un supuesto maestro del storytelling y de la nueva política descontaminada y se encontraron con el mismo fraude de siempre.

Al final, ha resultado que Alvise es, para sorpresa solo de unos pocos, uno más del montón. Otro que juega con las cartas en la manga. Otro que no miente y que sólo cambia de criterio. Un aspirante a líder populista que se enriquece como sólo los lobos, y no los corderos, saben hacerlo.