Hay una España que vive entre los muebles de la abuela y una alfombra a la que le ha crecido el pelo del tiempo que lleva allí, y otra que tuvo la suerte de que un tío le avalase la hipoteca, como a mi amigo David, y que salió de eso del alquiler, que está dejando la calle como los años duros de la heroína.

Porque al precio que están los alquileres, y sobre todo lo difícil que es encontrar un piso en Madrid, uno acaba con el síndrome de Estocolmo.

Y si el casero le dice que las cenefas rosas y los azulejos sepias del baño son la última tendencia en decoración de hogares llegadas desde Italia, uno asiente incapaz de añadir lo contrario porque todavía se queda sin piso, sin casero y sin alquiler.

Reyes Maroto, portavoz socialista en el Ayuntamiento de Madrid, durante la manifestación por la vivienda.

Reyes Maroto, portavoz socialista en el Ayuntamiento de Madrid, durante la manifestación por la vivienda.

"Total, esta tarde vienen tres personas más a verlo y mañana ya lo tendré alquilado", dijo el último, sin ningún pudor, con el que estuve el año pasado. Como para hablarle del gotelé.  

Y así está el mercado inmobiliario, salvo honrosas excepciones. En un tira y afloja mientras los economistas menos avezados te hablan de demandas elásticas, de topar los precios del alquiler y otras ocurrencias peronistas, y los que entienden que el problema no se soluciona sólo con dinero, sino con gusto.

Porque más que manifestarse por el precio del alquiler, la gente el domingo debió de salir a la calle para exigir que por ley nadie pueda alquilar un piso con muebles anteriores a 1980 que trajo su abuela del pueblo y el casero usó para "decorar" el piso por ahorrarse dos viajes a Ikea.

Porque el domingo, por si alguien no se ha enterado todavía, el Gobierno montó una manifestación contra el Gobierno por el asunto del alquiler.

Cuánto tienen que aprender los japoneses todavía…

El Gobierno español le monta huelgas al Gobierno español porque es más sencillo que gobernar. Y tiene algo de profecía del Apocalipsis, de final de legislatura, de estar perdiendo la calle, cuando Pedro Sánchez y Yolanda Díaz organizan una manifestación contra el Ejecutivo, que son ellos mismos a la sazón, como en una película de Berlanga.

Son esas cosas que hace la izquierda cuando admite por fin, sin decírselo a nadie, que el problema les viene grande y que es mejor sacar a la gente a la calle para protestar que darles una solución

Y si las encuestas les van a la baja entre los jóvenes, anuncia el presidente una ayuda de doscientos euros, como si lo de los alquileres sólo fuera un drama que afecta a los chavales en los veinte y después mejorase la precariedad laboral o el precio del alquiler conforme uno va soplando velas.

Igual que aquella otra ocurrencia de eliminar la mensualidad de más que cobraban las inmobiliarias y que acabaron recibiendo de nuevo igual, pero con otro nombre.

Porque el progreso del que habla el socialismo, bandera de Zapatero, de Pedro, de Yolanda, de Pablo, de Irene y de tantos otros que de economía saben como para administrar con dificultad un quiosco, ha terminado por ser un parche pagado siempre por los demás.  

Lo único que debería hacer el Gobierno es dejar a los propietarios y a las inmobiliarias en paz. Y dotar de medios a la policía para acabar con la okupación, lacra de país tercermundista en medio de Europa.

Mientras cualquiera que pida dos pizzas y el recibo pueda adueñarse impunemente de una propiedad privada, ningún arrendador dejará de pedir papeles y más papeles y la declaración de la renta, las seis últimas nóminas, certificaciones negativas de ronquidos y apnea del sueño, y un unicornio hermafrodita para asegurarse de que no se le cuela ningún indeseable que le lleve a la ruina con el beneplácito de las instituciones

Y así quedan los jóvenes. Si consiguen salir adelante, pagar religiosamente el alquiler y encontrar un piso que no parezca el de un asesino en el Bronx, y todo antes de los cuarenta, que empiecen ya a pensar en los hijos. Porque cualquier día la Moncloa le monta una manifestación a la Moncloa por la baja natalidad