Italia acaba de hacerlo: ha expulsado de suelo italiano a dieciséis migrantes. A bordo de la nave militar Libra, con una bandera europea y otra italiana ondeando en primera línea, los migrantes se han visto obligados a desembarcar, rodeados de personal militar y de seguridad, en el puerto albanés de Shengjin.
Hacía bastante tiempo que no me avergonzaba de ser europeo. Es cierto que la política europea respecto de la situación en Oriente Medio resulta mayoritariamente cobarde, si bien no es uniforme en toda la Unión.
Esa equidistancia entre no llevarnos mal con Israel, no enfadar a Estados Unidos y, al tiempo, situarnos emocionalmente al lado de las víctimas, los palestinos que ven arrasada su tierra y muerta o herida a buena parte de su gente. Asesinada, vamos, por ser claros, en un genocidio que no parece que vaya a concluir pronto y al que el mundo asiste sin hacer prácticamente nada.
Es posible que a ningún país se le permitieran los ataques reiterados de Israel sobre las bases de la misión de paz de la ONU en Líbano. Y es inaudito que no se produzca un escándalo internacional exigiendo responsabilidades al respecto.
La ONU ya ha advertido, al cumplirse el primer mes de los ataques, de que el sufrimiento de los civiles ha llegado a cotas sin precedentes en Líbano, como ya lo ha sido en Gaza. Nadie se opone de forma contundente, así que Israel prosigue extendiendo el terror.
Pero Italia, al deportar a estos dieciséis migrantes a un centro de internamiento construido fuera de la UE, ha logrado sonrojar a cualquiera que cuente con la mínima decencia y que disfrute de los privilegios inherentes a ese primer mundo que tenemos la fortuna de habitar.
Porque, supongamos, tienes la piel oscura. Supongamos que has nacido a miles de kilómetros de esos catorce que separan la desdicha africana del edén europeo, en el continente del sur.
Supongamos que provienes de un país que un día los europeos ya colonizamos, y al que también robamos, y al que ahora asfixia la miseria.
Supongamos, también, que reúnes el coraje suficiente para emprender el camino tantas veces fracasado, ese que cruza el desierto, ese que acaba contigo en el fondo del mar, tan frecuentemente.
O, en el mejor de los casos, y tras pagar a las mafias y sufrir multitud de penurias, supongamos que superas ese inmenso muro construido de todos los materiales y tipos, en absoluto es sólo agua, y logras pisar territorio europeo.
Sí, es cierto. Ningún gobierno te ha enviado una invitación formal. Pero a la vida miserable que has llevado tampoco has sido invitado. Fue una casualidad.
Pudiste haber nacido en la opulenta Rue Guynemer parisina, o en el barrio Santa Cruz de Sevilla, pero lo hiciste en un barrio degradado de Togo. Qué mala suerte.
Supongamos pues que, harto de carencias y privaciones, convencido de que para vivir así tampoco importa mucho si respiras o no, alcanzas Europa. Y, supongamos, la Italia de Meloni te deporta a un lugar del exterior de sus fronteras, en Albania, país con el que ha llegado a un acuerdo para la creación de un espacio con barracones entre muros.
¿Te gustaría?
Europa entera está examinando la teoría migratoria de Meloni, que comienza a ejecutarse con estos dieciséis bangladesíes y egipcios, algunos de los cuales deberán regresar a Italia por ser menores o por vulnerabilidad extrema. Al mismo tiempo, Países Bajos estudia enviar a Uganda a los solicitantes de asilo que hayan agotado sus intentos de quedarse en Europa.
Dentro de poco puede que sea la UE quien expulse a centros de retención en su exterior a migrantes que, realmente, sólo pretenden una vida probablemente un millón de veces peor que la que tiene quien lee (o escribe) esto.
Pero mucho mejor que la que dejó atrás en el rincón de África, América o Asia donde fue arrojado a la vida.
No sé a ti, pero a mí me parece indignante que, tras la bandera azul europea tras la que debieran brillar los valores europeos de prosperidad y de solidaridad, ahora resplandezcan mucho más los que nos condujeron a tantos conflictos entre nosotros mismos, durante tantos siglos.
Al materialismo sin fin de un continente viejo y egoísta.