Esto que hace el Gobierno de manifestarse contra sí mismo es cada vez más habitual pero no por ello menos inquietante.
Porque demuestra que su prioridad no es que sus políticas funcionen, y darse tiempo y darse argumentos para que puedan hacerlo.
Su prioridad es que se le juzgue por el simple hecho de "implementar medidas", de "hacer algo para..." y, en el mejor de los casos, por sus bonitas promesas y su buena voluntad.
Es la perfecta aspiración autocrática, en la que se entendería sin rechistar que todo su poder será siempre insuficiente y que, por lo tanto, toda responsabilidad que le pidamos será excesiva.
Es una aspiración muy comprensible y habitual en el poderoso, pero que en Estados Unidos parece ir tomando una forma ya madura y bien desarrollada. En la figura de Joe Biden, que formalmente sigue siendo el presidente, aunque nadie sepa desde cuándo no ejerce.
Y especialmente con Kamala Harris, sucesora en el formalismo y la irresponsabilidad.
Una Kamala que, como el mismísimo Sánchez, se negaba a responder como vicepresidenta lo que había dicho como aspirante. "¡Era un debate!", decía riendo. Eran otras circunstancias, era otra Kamala.
Porque también ella cambia de opinión según cambian las circunstancias (que no los hechos). También allí los listos presumen de soplar de favor del viento. Porque también allí lo importante es que sus valores siguen siendo los mismos.
Qué valores sean esos es algo que parece que no suelen preguntarle a Kamala y que tampoco sabría explicar. Porque, ¿qué valor tendría un valor que a nada compromete? Un valor que no compromete a nada es un valor que nada vale y que todo lo justifica.
Por eso Kamala, como Sánchez, puede hacer cualquier cosa y su contraria sin inmutarse ni sorprender a nadie. Puede poner aranceles a los coches chinos o quitarlos, puede abrir fronteras y cerrarlas, puede apoyar a Israel, a Palestina, a Ucrania, o a la paz mundial.
Como puede solucionar el problema de la vivienda topando los precios, construyendo más, o haciéndolo todo al mismo tiempo.
Lo único que no pueden hacer es explicar por qué.
Lo que nunca podrían hacer es dar cuenta de sus decisiones y responder por los efectos de sus políticas. Porque esas decisiones ya no son propiamente suyas, sino de entes que ni ellos ni nosotros nos atreveríamos a nombrar. A veces se habla del deep state, conspiranoicos.
O de los países de nuestro entorno, sanchistas.
O del sentir de la gente, chamanes.
Porque hace nada, dos telediarios, solía criticarse a los gobernantes que legislaban al dictado de las encuestas de opinión. Pero al menos ellos podían tomarse en serio aquello de vox populi, vox dei.
Ahora sabemos que todo presidente tiene a su Tezanos y que la debida obediencia a la opinión pública no es más que la obediencia a los dos o tres politólogos con ínfulas de Maquiavelo que el presidente tenga a sueldo. En el mejor de los casos.
En el peor, pues vaya usted a saber.
La senilidad de Biden (evidente por cierto y desde hace años para cualquier fachosfero) está sirviendo para normalizar esta profunda anomalía democrática. Porque ningún centrista moderado osaría meterse con un pobre viejo enfermo al que no cabría llamar fascista o tirano.
Y, sobre todo, porque ningún centrista moderado entenderá que más peligroso que el poder de un tirano podría ser el vacío que deja en su retirada. Que la peor forma de Gobierno es el perfecto y anónimo dominio de fuerzas desconocidas, supongo yo que parecidas a las que ahora mismo lideran Estados Unidos en sus guerras con Rusia e Irán.
La ausencia de Biden podría haber sido una curiosidad histórica si hubiese tenido sustituto, que es algo poco habitual, pero perfectamente previsible y previsto en la Constitución americana.
Pero ahora la ausencia de Biden es también la ausencia de Kamala, que es quien debía ocupar pero no ocupó su lugar. Y se extiende como una sombra ya no sólo sobre su campaña, sino sobre su futurible presidencia.
Kamala empezaría como Biden acabó, que es algo que los insultos de Trump de hace algunos días apuntaban para los muy listos, pero no nos explicaban a los demás.
Kamala empezaría como acabó Biden: en manos ajenas y desconocidas, ocupando un cargo vacío en función de ser quien es y, sobre todo, de no ser quien no es. Y con una legitimidad absoluta, por ser literalmente irresponsable, para hacer en cada momento "lo que toque".
Visto lo visto, es perfectamente normal y comprensible que tantas buenas gentes, a la espera de un poco de tranquilidad, gerencia y unos buenos años de pax tecnocrática, se sientan tentados o incluso deseosos de un escenario postpresidencial como este.
Como perfectamente normal y comprensible es que muchos demócratas rechacen instintivamente este cambio de régimen y se conformen con tener presidente cuatro años más, por malo que sea, para tener al menos a alguien a quien poder culpar hasta del mal tiempo.