Algún gurú de comunicación de la izquierda debe ser fan de San Pablo y anda convencido de que las cartas a la ciudadanía en formato confesión son la fórmula comunicativa del momento. Ya no hay crisis sin misiva.
Íñigo Errejón ha decidido comunicar su decisión de dimitir con una epístola.
Hay que leerse varias veces el texto para saber qué es exactamente lo que está contando: "En la primera línea política y mediática se subsiste y se es más eficaz, al menos así ha sido mi caso, con una forma de comportarse que se emancipa a menudo de los cuidados, de la empatía y de las necesidades de los otros".
Si algún profesor de Lengua y Literatura capullo quiere poner un ejercicio de sintaxis complejo, he ahí su joya literaria.
Uno no sabe si Errejón se ha agobiado después de una mala semana de trabajo, si la vida política se le ha hecho bola, si sus compañeros y compañeras le hacen bullying o si es que sólo está cansado y quiere vacaciones y en cinco días vuelve como otro que yo me sé.
Lo que está claro es que hay una clase de políticos que están ideologizados incluso cuando certifican su muerte política por cuestiones ajenas a la ideología.
Porque debajo del tuit confesional, un comentario de la comunidad (uno de los mayores aciertos de Elon Musk, por cierto) da la clave: "Su dimisión coincide con acusaciones por acoso y maltrato a mujeres".
Acabáramos. Resulta que a Errejón se le acusa de comportamientos indebidos con las mujeres. Todo de manera anónima y sin denuncia. Suficiente como para ser quemado en la pira pública. Qué despropósito todo.
Toca entonces releer la carta, en la que en ningún momento menciona las acusaciones, y descubre uno que estamos ante un despliegue de falta de responsabilidad sin complejos. Ante una exhibición de superioridad moral disfrazada de lenguaje de masculinidad deconstruida.
"Yo, tras un ciclo político intenso y acelerado, he llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona" dice Errejón. "Entre una forma de vida neoliberal y ser portavoz de una formación que defiende un mundo nuevo, más justo y humano. La lucha ideológica es también una lucha por construir formas de vida y relaciones mejores, más cuidadosas, más solidarias y, por tanto, más libres. No se le puede pedir a la gente que vote distinto de cómo se comporta en su vida cotidiana".
Podría haber sido una carta de dimisión directa y coherente: lo he hecho mal y me voy, porque entiendo que después de tanto tiempo defendiendo que no hay denuncias falsas, la opción de exigir pruebas y una denuncia formal no era viable.
Pero lo que Errejón busca es que nos creamos que él quiso sacrificarse con su militancia política metiéndose en las entrañas de un mundo podrido para hacerlo mejor, pero que el sistema pudo con él. Bebió el veneno liberal que emponzoñó su estructura emocional y afectiva. "¿Quién se habría resistido a esto?", quiere Errejón que nos preguntemos.
Esta manía de que los políticos nos manden al rincón a pensar cada vez que están metidos en un lío es un poco agotadora.
¿De quién podría ser la culpa de sus supuestos comportamientos indebidos? ¿O de su emancipación de la empatía, por usar sus palabras?
De su libre albedrío, respondería un adulto.
Del sistema neoliberal, lamenta él. Y del patriarcado.
Así que él se corta ahora la mano que le hace pecar y lo hace públicamente porque es lo que se exige para entrar en el cielo de la izquierda.
"Llevo tiempo trabajando en un proceso personal y de acompañamiento psicológico, pero lo cierto es que para avanzar en él y para cuidarme, necesito abandonar la política institucional, sus exigencias y sus ritmos" dice entonces.
Nadie merece que se ponga en duda su comportamiento por denuncias anónimas, pero ya se sabe: el jarabe democrático tiene muchos sabores. Nadie merece que se le acuse de criminal por hechos que pueden ser indecentes, pero que quizá no sean delito, aunque quedan especialmente mal en los falsos puritanos.
Pero oye, ya que es el propio Errejón el que ha decidido publicar esa carta en el foro público, conviene decir que, mira: que no. Si hubiera en este caso una relación tóxica con las mujeres, en la modalidad que fuera, la culpa no sería del liberalismo, sino de quien ha optado por una forma u otra de conducirse en la vida.
Y si lo que hay detrás es algo más grave, menos cartas y más rendir cuentas.