Hay días que a uno se le pone cara de líder por las circunstancias y ya no se la puede quitar.

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, este miércoles en el Congreso.

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, este miércoles en el Congreso. Efe

Y a Alberto Núñez Feijóo, que no la había tenido nunca, ni siquiera cuando obtenía mayorías absolutas en Galicia, hoy le ha cambiado el gesto y ha sido más líder de lo que ha sido desde que aterrizó en Madrid y descubrió que aquello no era Santiago y que las mayorías absolutas en Galicia eran lo que quedaba del realismo mágico de Cunqueiro.

Y así se quedó en Madrid. Entre deslumbrado como una liebre por lo grande que era aquello y como si la M-30 y verse en la oposición sin responsabilidades de gobierno, le hubiesen pasado por encima.

Hasta ayer.

A veces, liderar, consiste sólo en demostrar un poco de sentido común. Sobre todo en política, que es de lo que han vaciado las instituciones en los últimos años.

Sus responsables hablan de un mundo que no es en el que viven los ciudadanos, en parte por desconocimiento y en parte por un interés malsano. Ponerse delante de los periodistas y sus cámaras y dejarse de eslóganes, mítines y argumentos hilvanados cada mañana por el partido para que los repitan a coro todos sus representantes, los ministros y hasta el fiscal general.  

Con los muertos uno nunca sabe exactamente qué hacer. Los muertos incomodan, como cuando uno va al tanatorio y una vez allí, se siente que estorba y no sabe si el abrazo al amigo es suficiente. Y se le revuelve todo el pudor y en vez de un adulto parece un niño intentando dar la talla, porque la muerte no es una cosa sencilla.

Lo mismo pasa cuando ocurre una desgracia en España y los muertos se cuentan por decenas. No creo que haya ningún político que sepa exactamente cómo actuar, pero de lo que estoy seguro es de que ninguna persona cabal lo haría como se han comportado hoy el Gobierno y sus socios.

Con ese ventajismo táctico de quién aprovecha la confusión y el duelo para reforzar su posición y someter a las instituciones que tienen a su merced.

Mientras los valencianos buscaban a los muertos, ellos seguían repartiéndose el poder, incapaces de una muestra de respeto.

Como si RTVE no fuese a seguir ahí mañana, como si fuese más importante asegurarse de controlar los informativos y la programación de las cadenas públicas que mostrar su solidaridad y consternación en un día de luto nacional.

Hoy se ha visto la urgencia de este Gobierno por atarlo todo y dejarlo bien atado al ritmo que avanzan los escándalos de corrupción que van cercando a dirigentes y familiares. 

Hacer oposición en España nunca fue sencillo, porque la oposición (salvo contadas excepciones) no pinta nada. Es un trabajo como de funcionario, como quien está puesto por el ayuntamiento y justifica su sueldo fichando por las mañanas.

Pero ayer sólo la oposición dio la talla y por primera vez Feijóo la lideró.  

Ayer no era cuestión de ser de izquierdas o de derechas. Ayer todo consistía en algo tan sencillo como ser español.

Y cualquier español, conociese a alguno de los muertos y a sus familias o no, ante tan zafia maniobra sólo podía decir lo mismo que dijo Feijóo: "Así no se puede. Allá ellos, allá su responsabilidad. Quedarán en la historia".