Son días tan tristes, tan plomizos. Nos duele el estómago de pena negra, de pena como de manto petrolero.
Mi tristeza suele volverme destructiva hacia afuera. Mi tristeza históricamente colinda con la ira y se hace móvil. Provoca que pasen cosas, me espabila, me pone alerta.
Mi tristeza me vuelve soldado de mí misma. Una combatiente fatal, tal vez la única. Ahora ni eso.
En este dolor que es de todos me siento estéril y cansada y confusa. Después de casi cien muertos y cuatro desaparecidos por el desastre de la DANA, estoy más aterrada que otra cosa y soy verdaderamente inservible. No encuentro consuelo posible para las víctimas, para los supervivientes, para los que han perdido para siempre a los suyos en estas jornadas del pánico. Para los que aún no les encuentran.
No sé si los días ordenarán esta frustración caótica, pero necesitamos que se depuren profundamente responsabilidades políticas y empresariales. Sé, y todos sabemos, que muchas de estas muertes podrían haberse evitado simplemente con prevención.
¿Por qué, si la AEMET había avisado con antelación de que sería un día "adverso y excepcional", no se decretó el estado de alerta en Valencia?
¿Por qué, si ese aviso especial se publicó el domingo 27 a las 14:25, fue el martes 29 a las 20:00 cuando llegó la primera alerta de protección civil, con la catástrofe ya avanzada, mientras el president decía que a partir de las 18:00 iba a "disminuir la intensidad"?
¿Por qué no se procuró el teletrabajo o la suspensión de la actividad laboral para que la gente pudiese, no sé, se me ocurre, salvar su vida?
¿Por qué no hacemos un listado de todas las empresas que obligaron sádica y cerrilmente a sus trabajadores a acudir a sus puestos durante la peor gota fría del siglo?
¿Cuánto tiempo hace (¿acaso podemos distinguirlo?) que habitamos un sistema productivo tan enfermo y criminal?
Para él, insertos en él, estamos mejor muertos que parados.
El turbocapitalismo delirante nos insiste en que hay una dignidad colosal en ir a currar corriendo riesgos, jugándonos el pellejo con responsabilidad suicida. Es una vieja idea relacionada con el honor y el sacrificio. Es "la tierra te producirá cardos y espinas y comerás hierbas silvestres; te ganarás el pan con el sudor de tu frente hasta que vuelvas a la tierra misma de la cual fuiste sacado".
También es, curiosamente, una idea muy pujante en la modernidad, es decir, es bíblica y a la vez neoliberal. Es transversal, es más larga que el tiempo. Es cultural. Es, sobre todo, asesina.
Morir sorpresivamente estando de vacaciones es una putada, y, en secreto, algo parecido a un castigo divino ("joder, ¿quién te manda irte?"; el tiempo libre también es moralmente penalizado).
Morir mientras se está trabajando, morir "de servicio", es una honra. Es algo que te hace bondadoso y grande. Algo que te hace mejor persona. Te convierte en un implicado. En un muerto majísimo, encantador, en un héroe civil caído en batalla.
Me lo decía la brillante Remedios Zafra, que ha tratado largamente este tema urgente que siempre aplazamos: "Hemos visto en nuestros padres cómo el peor castigo es que te llamen 'vago'. Puedes hacer las cosas bien o mal, pero debes hacerlas. Podemos perdonar otras cosas, pero no podemos perdonar al vago. Este país no le perdona. Si eres buena trabajadora, serás buena persona".
Y continuaba: "El miedo al vago que nos han inculcado desde pequeños (sobre todo a los educados en la Transición y en los años posteriores) se le ha unido el miedo al vacío, que en el contexto tecnológico es muy real. La sensación de que tienes que llenar tu tiempo de cosas para sentir que estás activo, porque la sensación de actividad también calma".
En fin, estas son nuestras servidumbres. "Si te tratan como un engranaje, te comportas como un engranaje", alegaba ella.
Claro que este es un problema que no tienen los rentistas ni los empresarios poderosos. No lo tuvieron anteayer. No conocieron igual el miedo, no lo experimentarán nunca.
Ellos pudieron protegerse del temporal. Ellos pudieron dar órdenes al teléfono, cómodamente desde sus casas, felices y tranquilos, con sus familias a salvo, mientras la rueda seguía girando, mientras sumaban el último céntimo...
El mundo, cada vez a mayor velocidad, nos conduce a un exterminio de clase.
Los platos rotos los pagan los trabajadores. Los pagan con su vida, ya sea en una sanidad pública decadente o en medio de un temporal.
Morirán los pobres, tempranamente.