Trump retornará a la presidencia de Estados Unidos. Y lo hace con una victoria contundente que aleja el fantasma de una crisis constitucional o de posibles episodios violentos.
Estados Unidos no implosionará de aquí a enero. A partir de ahí, incertidumbre.
En sus primeras declaraciones tras su espectacular triunfo electoral, Donald Trump ha augurado una "verdadera época dorada para América" (this will truly be the golden age of America). Pero nadie sabe a ciencia cierta cómo piensa conseguirlo.
Excluyendo quizás las cuestiones comerciales y arancelarias, donde sí hay una línea proteccionista más previsible, sus apoyos y sus declaraciones han sido lo suficientemente eclécticas como para esperar políticas diversas.
El control de las dos cámaras legislativas por parte de los republicanos, junto con un Tribunal Supremo receptivo al presidente electo, puede incentivar el deseo de revancha de Trump contra quienes han impulsado procesos judiciales contra él. No parece que ese sea un buen primer paso para propiciar esa "época dorada", pero veremos.
Y es probable que esa revancha sea innecesaria. A los demócratas les espera una dura travesía por el desierto que puede provocar, incluso, una fractura irreversible dentro del partido entre el ala moderada (en términos europeos más próxima al centroderecha) y el ala más izquierdista que ha abrazado el wokismo más disparatado y antiilustrado.
Si los demócratas aspiran a recuperar pulso electoral, el we have to stay woke, everybody needs to be woke ("debemos de insistir en lo woke, todos necesitamos ser woke") de Kamala no parece la receta más adecuada.
El anuncio de una "época dorada" puede ser un indicio de que Trump está, por el contrario, pensando en términos de legado. Esa ha sido la tónica de los segundos mandatos de muchos presidentes. Frecuentemente, en clave de política internacional, donde es más fácil generar brillo y artificio, y aglutinar, así, apoyos en casa.
Sin embargo, el primer mandato de Trump fue muy sui generis. Trump ganó por sorpresa en 2016 y tuvo dificultades para nombrar puestos clave y articular una administración funcional. Así que es posible que tenga en mente una agenda doméstica más ambiciosa, en particular en materia económica, y potencialmente controvertida.
Pero, de nuevo, incertidumbre. Algunos de quienes se postulaban para desempeñar un papel muy destacado en esta nueva etapa, singularmente la Fundación Heritage, parece que se han pasado de frenada, y eso ha reducido sus opciones y las de su cacareado Proyecto 2025.
Lo cierto es que hasta que no se sepa quién va a conformar el núcleo duro de su administración no será fácil establecer ni qué tiene en mente Trump ni por dónde van a ir los tiros. Es decir, no es lo mismo tener en el Despacho Oval a alguien del peso del teniente general McMaster que a Elon Musk o Elbridge Colby, por mencionar sólo dos nombres de los que suenan en las quinielas.
El perfil aislacionista de Trump también apunta a un mayor foco doméstico de su segundo mandato, pero Estados Unidos seguirá siendo el eje sobre el que gravite la política internacional.
Sólo hay que echar un vistazo a los cientos, acaso miles, de artículos, papers e informes publicados durante los últimos meses para despejar el what if de un posible retorno de Trump a la Casa Blanca.
Pues bien, el retorno se ha producido y parece que, sorprendentemente, ha cogido de nuevo a los aliados de Estados Unidos, tanto en Europa como en Asia (excluyendo a Israel y quizá Japón), a contrapié, y a los adversarios de Estados Unidos, de Eurasia, Asia y las Américas (es decir, Rusia, China, Irán, Corea del Norte, Venezuela), preparándose para un segundo mandato desde hace meses.
Con diversos matices y grados de inquietud, el retorno de Trump no ha sido bien recibido en muchas capitales europeas. El apoyo a Ucrania puede estar en cuestión en breve. Aumentarán las dudas del compromiso de Estados Unidos con respecto a la defensa de Europa y la disuasión nuclear extendida en el marco de la OTAN.
Todo ello puede resultar abstracto y lejano para la opinión pública, pero es lo que preserva la paz y la estabilidad en el continente europeo.
Sobre Ucrania es preciso hacer un inciso relevante. Ni Estados Unidos ni Europa envían "dinero" a Ucrania. Los titulares del tipo "Ucrania recibe X millones de ayuda" resultan un tanto engañosos y son utilizados por la desinformación rusa y sus proxies europeos para manipular el debate.
Lo que recibe Ucrania son suministros de partidas presupuestarias gastadas, fundamentalmente, en la industria de defensa estadounidense. Y los arsenales de Estados Unidos, y en menor medida de Europa, se reponen con material nuevo. Ese es el ciclo de la asistencia a Ucrania.
🇺🇸🗳️#EleccionesEstadosUnidos | 🔴Donald Trump se proclama ganador de las elecciones en EEUU: “Voy a ser el 47º presidente de Estados Unidos”
— EL ESPAÑOL (@elespanolcom) November 6, 2024
"Hemos logrado el logro político más increíble. ¿Es esto una locura?”, expresa el candidato republicano desde Palm Beach pic.twitter.com/8FlUxSxqvM
Con respecto a la disuasión nuclear extendida en el marco de la OTAN, conviene entender que el debate real no es entre defensa euroatlántica o defensa exclusivamente europea, sino entre tener defensa y no tenerla.
Y la realidad tozuda sigue siendo que, sin Estados Unidos y su paraguas nuclear, Europa carece de una defensa creíble. Y eso sucede con una Rusia cuyo apetito estratégico y territorial va mucho más allá de Ucrania.
Europa, por mucho que se haya repetido aquello de que la primera victoria de Trump fue una llamada para despertar (a wake-up call), ha seguido en la cama y sin hacer sus deberes, con la notable excepción de Polonia y, en menor medida, Finlandia y los estados bálticos.
Y aún peor, los europeos secundaron con entusiasmo hace apenas un mes el nombramiento de un secretario general para la OTAN como Mark Rutte, cuyo perfil no invita a pensar en absoluto que sea capaz de navegar con cintura y visión las turbulencias que se avecinan en la relación transatlántica.
Precisamente, erosionar o, idealmente, quebrar el vínculo transatlántico y su manifestación más tangible, es decir, la OTAN, es el objetivo estratégico de cabecera de la Rusia de Putin, bien secundada por la "amistad sin límites" que le brinda la China de Xi Jinping, que también aspira desde hace años a un alejamiento de Europa y Estados Unidos. La nueva Ruta de la seda (BRI por sus siglas en inglés) va de eso: de cerrar el espacio eurasiático y de alejar y "desconectar" a Estados Unidos de la "isla mundial".
Previsiblemente, Rusia alimentará e incrementará la tensión bélica en el continente europeo en las próximas semanas con vistas a forzar la claudicación primero de Europa y después de Ucrania.
Mientras tanto, China alabará y animará a la "autonomía estratégica" europea para engatusar a sus (muchos) amigos en las capitales de la UE, entre ellos el expresidente Rodríguez Zapatero.
La previsiblemente nueva Alta Representante, Kaja Kallas, es una figura que ofrece mayores garantías de solidez estratégica que Rutte. Pero la debilidad de Alemania y Francia tampoco permite albergar mucho optimismo con respecto a la UE (tampoco de un Reino Unido desorientado). Una suerte de desbandada europea, un sálvese quien pueda geopolítico, parece la opción más probable, al menos a corto plazo.
Tampoco cabe albergar mucho optimismo con respecto a que España pueda o sepa navegar y defender sus (indefinidos) intereses nacionales, que no conviene confundir con los del presidente de turno, en este nuevo e incierto entorno estratégico.