Ahora que por fin ha terminado el 15-M, que es la Transición de marca blanca de los que no habrían sabido ni por dónde empezar la Transición de 1975, podemos volver a la ley, que es casi todo lo que se aleja del populismo.

Adolfo Suárez junto a un grupo de mujeres de La Coruña.

Adolfo Suárez junto a un grupo de mujeres de La Coruña.

Hemos tenido en España desde que quebró el bipartidismo en 2011 un catálogo de políticos que, como la Constitución ya estaba escrita, querían manosearla. Y se les llenó la boca prometiendo derechos y libertades como si aquella conquista no la hubieran hecho nuestros abuelos cuatro décadas atrás.

Convirtieron las plazas en una estafa piramidal más grande que la del Fórum Filatélico o la de las preferentes.

Le prometieron a los españoles decepcionados con lo público (que eran casi todos) que devolverían el sentido común a las instituciones.

Pero cuando tuvieron el dinero y el acta, a fuerza de sembrar discordia y justificar escraches, se compraron un chalet en Galapagar.

La izquierda en España tiene esa rara habilidad de identificarse con el trabajador hasta que consigue suficiente dinero como para olvidarse de él y pasar a formar parte de la beautiful people, que es otra izquierda, pero sin problemas.  

Ahora que ya no están en primera línea ni Iglesias, ni Errejón, ni Monedero, que fueron la trinidad del populismo reciente, termina una era.

Ellos, que demonizaron el trabajo de nuestros padres y abuelos, el legado de Suárez, Torcuato, Peces-Barba o Fraga y trataron de reducir la Transición, la Constitución, la Concordia y la Corona a un acuerdo de señores que se hubiesen repartido España en vez de entregársela a la ciudadanía después de cuatro décadas de dictadura.

Lo que hay de populista en el PSOE de hoy (que es Pedro Sánchez) viene todo de los lodos del 15-M, que podría haberse titulado: El arte nuevo de hacer política

'Objetivo: democracia', de Juan Fernández-Miranda.

'Objetivo: democracia', de Juan Fernández-Miranda.

Por eso, que un libro como Objetivo democracia. Crónica del proceso político que transformó España, lo aborde con rigor periodístico y un premio Espasa es cuando menos motivo de celebración.

Y lo importante de su autor, Juan Fernández-Miranda, además del apellido, es que tiene la honradez periodística de contar los hechos cómo fueron, con pulso intrépido, de aventurero que estuviera narrando una de las epopeyas más grandes de la historia contemporánea.

Porque a fin de cuentas, lo es.   

Ahora que por fin terminó el 15-M y lo que queda en las instituciones son los estertores del más bajo momento político que vivió la democracia, tal vez tengamos la oportunidad de releer lo que ocurrió, sin emponzoñar, con el único propósito de recobrar lo importante del espíritu de la Transición: la generosidad.

Porque la Constitución hay que reformarla, como defendía Fernando Jáuregui el otro día durante la presentación.

Pero no como se hace todo en este país desde hace años, con los votos justos y para atizar a la oposición. Sin una holgada generosidad como la que destaca en cada uno de los protagonistas del libro de Miranda, no hay nada que rascar.