"Menuda inventada", decía Pedro Sánchez ayer en el patio del Congreso, como el crío que sale de un partido y le dice a sus colegas: "menuda cantada, bro".

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, realiza declaraciones tras el pleno celebrado este jueves en el Congreso de los Diputados.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, realiza declaraciones tras el pleno celebrado este jueves en el Congreso de los Diputados. Efe

El lenguaje hay que tomárselo en serio, porque el macarra que todos llevamos dentro sale cuando más nos presionan.

Y esa expresión callejera, en ese contexto, en sede parlamentaria, dicha por ese personaje, revela mucho. Es propia de alguien que está a tope de adrenalina y que está dispuesto a mucho para defenderse.

Tenía razón al decir que todo lo dicho hay que probarlo, y que Aldama tiene derecho a mentir y no pasa nada. Que hasta que los jueces no digan nada, es su palabra contra la de un presidente, cinco ministros, un Secretario Nacional de Organización del partido y un puñado de asesores.

Y si los jueces dicen algo, habrá que demostrar si son de ese grupo de jueces prevaricadores a los que les parece inconstitucional la Ley de Amnistía, y a los que se les ocurre investigar a la mujer del presidente del Gobierno, o si, por el contrario, son del grupo unipersonal formado por juristas cabales como Álvaro García Ortiz.

Sánchez también tiene derecho a mentir, y no pasa nada.

Pero hasta el propio diario El País reconoce en su editorial de hoy 22 de noviembre que "este caso de corrupción mancha gravemente al Gobierno y al PSOE".

Porque resultaría insultante negar lo contrario.

La compleja trama de corrupción, que de Koldo pasó a Ábalos, y de Ábalos está por pasar al "número 1", ya alcanza un peso excesivo con el caso de las mascarillas, el universo Delcy, el entorno de Begoña Gómez, el rescate de Globalia o el multimillonario fraude de los hidrocarburos.

Llegados a este punto, lo que nadie discute es que estamos ante uno de los mayores, si no el mayor, caso de corrupción institucionalizada de la democracia posfranquista. La cuestión es hasta dónde se extiende la responsabilidad.

Dentro del PSOE, y del propio Gobierno, ya reconocen que el entonces secretario general de Organización, mano derecha del presidente, y ministro de Transportes, es responsable.

O sea, que ya sólo queda una matrioska por abrir para que aparezca la importante, y esto es lo único que se discute.

A partir de aquí ¿todo son conjeturas? No, al menos ya hay dos grandes mentiras pronunciadas por el presidente. Y aunque ya sabemos que la mentira no siempre es delito, el mentiroso vale lo mismo que su palabra.

No es una cuestión solo de moralidad, lo es de lealtad, honor y credibilidad.

Las dos mentiras probadas son la del caso Delcy, del que ya disponemos de al menos nueve versiones diferentes, y la de que Sánchez no conocía a Aldama, que ha pasado de ser el pingüino en el ascensor al elefante en la habitación.

Así que por ahora, lo que sí sabemos es que Sánchez ha mentido más que Aldama, y eso es mucho.

Pero no se hagan ilusiones. Tenemos que concluir con una advertencia: en España la corrupción no tumba gobiernos. No lo hizo con Filesa, ni lo hizo con la Gürtel.

La corrupción desgasta, pero no es suficiente para que caiga un presidente del Gobierno. El relato que dice lo contrario es falso. No estamos ni en Alemania, ni en Portugal, ni siquiera en Italia, y Sánchez no va a caer por esto.

Lo reconoció ayer Feijóo, dando un poco de pena: "no sumo, pero apóyenme".

Feijóo no suma, ni sumará, porque el gobierno de Sánchez sea corrupto. La corrupción, como en Italia con Tangentópoli, solo trae 'berlusconis' y odio a la política.

O se propone algo más o preparémonos, porque ya hemos visto que del fango sale el grito antipolítico "sólo el pueblo salva al pueblo", del que nunca ha surgido nada constructivo.