Lutero aprovechó doblemente la invención de la imprenta. Para que sus tesis llegarán mucho más allá de la iglesia de Wittenberg, y para despojar a la Iglesia de Roma de su monopolio en la interpretación divina.
Si los libros fueran asequibles a todos, y todos pudieran leerlos, podrían acceder directamente a la palabra de Dios en las Escrituras.
La amenaza era tremenda y la Iglesia católica se defendió como pudo, pero no cometió el error de no usar a su vez la imprenta. Tal vez la habría prohibido si hubiera podido, pero si había que convivir con ella había que aprovecharla.
En cambio, los socialistas han aconsejado a sus fieles que abandonen Twitter, tal vez porque ellos sí tienen el objetivo último de prohibir esta red.
La respuesta ha sido dispar pero parecida. La Iglesia usó una bula para excomulgar a Lutero y el Gobierno invoca el bulo para intentar excomulgar Twitter.
Pero ¿hay bulos en Twitter? Desde luego.
Hay trols, conspiranoicos, bots que te explican desde Rawalpindi la excelente gestión de la Dana por Pedro Sánchez, e incluso José Zaragoza.
Es fastidioso, claro. La Ley de Brandolini dice que la cantidad de energía necesaria para refutar una chorrada es diez veces superior a la empleada para producirla.
Y luego está el problema del algoritmo. Está diseñado, sencillamente, para mantener al espectador enganchado a la red proporcionándole las sustancias más adictivas. En TikTok suele ser el sexo; en Instagram, la vanidad; y en Twitter, el cabreo.
Esto es así, las redes desean tener yonquis cabreados, ansiosos o masturbándose como monos.
Pero resulta que el Twitter actual, el del malvado Elon Musk, ha mejorado bastante al anterior. No sólo ha eliminado la censura sesgada hacia la izquierda de los tiempos de Jack Dorsey, sino que ha proporcionado al usuario la oportunidad de huir del algoritmo: basta con escoger la pestaña Siguiendo en vez de Para ti.
Además, ha creado las Notas de comunidad con las que la red expone inmediatamente al que pretende emitir impunemente bulos. Todo depende entonces de la red que cree el usuario. Si uno quiere vivir en una burbuja autorreferencial, lo va a conseguir.
Pero si crea una red sólida de cuentas a las que seguir puede tener acceso inmediato a una cantidad de información (y de difusión) con la que los medios tradicionales no pueden competir.
Un ejemplo tonto. A la vez que Fran Sevilla de RTVE acusaba a Israel de haber lanzado un misil contra el hospital Al Ahli de Gaza, y proporcionaba obediente la cifra de víctimas que el Ministerio de Sanidad (es decir, Hamás) le había proporcionado, cientos de frikis de OSINT ("Open Source Intelligence", inteligencia de fuentes abiertas) estaban poniendo en duda esta versión reuniendo imágenes de cámaras públicas, informes y geolocalizaciones.
La red es ahora mismo un gigantesco mar de información disponible para el que sepa bucear. De manera significativa (y bastante cómica), a las pocas horas de abandonar Twitter, La Vanguardia publicaba que un helicóptero se había estampado contra la torre más alta de Madrid.
¿Se puede decir entonces que Twitter es un estercolero? Bueno, lo mismo se podría decir de París si uno decide visitar su vertedero municipal en vez de la Sainte Chapelle.
La verdadera razón por la que cierta izquierda desearía acabar con la red es doble.
Por una parte, aborrece todos los mercados (incluido el del conocimiento) porque prefiere imponer sus gustos a los demás.
Además, pretende mantener cautivo a su rebaño proporcionándole de forma selectiva la información.
Piensen que lo que el presidente llamaba "bulos" de los "seudomedios" eran las noticias ciertas de la desfachatez del matrimonio presidencial que publicaban los medios no controlados ("bulo" no quería decir "información falsa" sino "prohibida", y con eso volvemos a la alegoría de la iglesia).
Bueno, y luego está lo del choteo. Los adeptos acuden a Twitter muy serios, con los deberes hechos, dispuestos a repetir los mensajes que les ha proporcionado el spin doctor de turno o Silvia Intxaurrondo… y la gente se parte de la risa.
La información no controlada permite detectar y mostrar inmediatamente las incoherencias y ser irreverente.
Cuando el Gobierno a través de sus medios grita "desinformación" y "bulos" no está luchando por la verdad, sino por la censura. Twitter no les molesta porque no les deje hablar, sino porque deja hablar a todo el mundo, incluida la derecha.
Es paradójico (o no mucho) que los que se autodenominan "progresistas" tengan esa voluntad de oscurantismo y de controlar la información que llega a sus fieles, mucho más apropiada para la secta del reverendo Jones que para un partido político moderno.