Los cambios de sentido común, de hegemonía ideológica, no se detectan únicamente en los grandes procesos electorales, sino en los aspavientos cotidianos de los custodios de la moral progresista.

Aspavientos la mayor de las veces exagerados, como corresponde a una visión del mundo que sitúa la radicalidad, el derechismo extremo y el reaccionarismo a un milímetro de sus opiniones aceptables e imponibles.

Tan estrecho y férreo se ha vuelto su dogma, que cada vez más gentes que se tienen por normales esquivan sus excentricidades y chirridos de alarma, y ese pasar de largo les colma de angustia.

La cantante Rigoberta Bandini en concierto, en 2023.

La cantante Rigoberta Bandini en concierto, en 2023. Efe

Exageradas hasta el ridículo fueron las solemnes estampidas de tuiteros progresistas a los confines de Bluesky, que debe de ser un aburridísimo infierno de lo igual. Mientras, el anuncio turboprogresista de Jaguar ha cubierto de gloria otro de Volvo, que empaqueta su coche con una emotiva narración familiar, y como el depósito de sus lazos duraderos.

Otro ejemplo de cruzada anodina en las redes sociales: hace unos días, una célebre streamer española, de nombre Abby, nos advirtió de que "en los últimos años ha habido una corriente que acerca a la gente joven a la derecha, a la familia más tradicional, como que hemos involucionado un poco".

Se refería, claro está, a los dañinos comunicadores de derecha que obsesionan a algunas cadenas de televisión, entregados a la labor de infectar la mente de los más jóvenes con ideas tan antepasadas y peligrosas como la familia.

Y en todo esto, en medio de tanto nerviosismo, de tanto canto de cisne de la hegemonía total progresista, va Rigoberta Bandini y declara, en una entrevista en la SER, que "la familia es una herramienta super poderosa de socialismo", que procura la unión e igualdad de sus miembros.

Cierto es que respondía a una pregunta capciosa de Aimar Bretos acerca de si no sería su música, y la vindicación de la maternidad que la hizo célebre, una careta agradable y pop del ideario tradicional.

No es la primera vez que la izquierda recela de portavoces que deciden izar la bandera familiarista. Lo propio le ocurrió a Ana Iris Simón, a la que no tardaron en motejar de rojiparda o falangista.

En el caso de Bandini, la crítica más célebre llegó de cuenta de PutoMikel, un arqueólogo y divulgador que colabora, a la sazón, en el programa de Wyoming:

"Engels escribió todo un libro hablando de cómo la estructura de la familia está en el origen de la propiedad privada, la desigualdad y la acumulación pero supongo que fue de broma", reprochó a la cantante, lanzándole los libros sagrados a la cabeza. Y apostillando que los cuidados deben ser colectivos, ir más allá de la familia.

Y lo cierto es que el divulgador lleva algo de razón. Si bien hay infinidad de socialismos, es sin duda cierto que el socialismo revolucionario siempre fue renuente a los vínculos familiares. Proclamó, coherentemente con su ideario, la necesidad de emanciparnos de ellos y de los esquemas sociales que reproducen.

Considerado desde el punto de vista libresco (de la "política de libro"), visto desde el ángulo abstracto y apriorista de la ideología, nada hay más cierto. El problema está, claro, en que esta forma de razón no es más que la coherencia de una locura. Si hay inconsecuencia en las declaraciones de Bandini, se trata de una inconsecuencia feliz y mucho más vivible que el acierto libresco.

Son cada vez más los que desdeñan esta visión de las cosas, la lejanía despectiva con la que los ideólogos juzgan las piedades y los afectos concretos, genuinamente sólidos y solidarios. Los que quieren más a sus padres que a Engels.

Hacemos bien en desengañarnos de los arquitectos de utopías, de los que quieren encapsular nuestro mundo en sus libros. En su nerviosismo hay una oportunidad de recobrar la cordura.