¡Qué rico alimento para el deporte nacional los dos retratos de Annie Leibovitz! Ya se sabe: un español, dos opiniones. Acabado el calentón Errejón, aún quemados por la batalla entre Motos y Broncano, toca postularse sobre si nos gustan las fotos de los reyes o si preferimos más la de él o la de ella.
Todo el mundo mantiene una opinión sobre el retrato, sobre el retratado y también sobre la fotógrafa, aunque no hayas hecho una fotografía en tu vida, aunque confundas la instantánea de tu móvil con una fotografía de Rolleiflex.
Más carbón para las tertulias.
Mi opinión la he desvelado en el titular. ¡Qué agotamiento de polarización! A ver si va a ser cierto que las guerras civiles duran cien años. ¿Acaso oculto tendencias republicanas si escribo que no me ha gustado el posado?
Nada de eso.
Conozco bien el trabajo de la fotógrafa californiana y tras meditarlo unos días considero que la elección es fallida porque elude todo riesgo artístico y por eso, desde un punto de vista estético, ha sido un trabajo yermo.
El Banco de España, quizá sugerido por Zarzuela, no lo sé, le ha encargado a una de las fotógrafas más famosas del mundo un retrato que debería haberse encargado a un pintor y a nadie nos hubiera extrañado el resultado.
Pero de un retratista yo habría esperado una mirada más fresca. ¡Annie, refréscanos, que la corona nos momifica!
Mi Leibovitz favorita es la fotoperiodista que se hizo yonqui acompañando a los Rolling Stones en la gira estadounidense del 72 y la que retrató a Keith Richards tirado, pedo o de chute, en el camerino de algún estadio.
Fue aquella foto legendaria, esas semanas con la banda, los que le hicieron ganar la confianza del astuto editor Jann Wenner, que un día confió en mí para dirigir la primera edición en español de Rolling Stone.
Wenner en Rolling Stone fue uno de los grandes mecenas del fotoperiodismo cuando LIFE ya no publicaba a los mejores. No sólo Leibovitz le debe mucho, Sebastião Salgado también. Todavía puedes hacerte en eBay, la gran universidad digital del autodidacta, con el número de Rolling Stone titulado The Family en la que Jann le publicó a Richard Avedon sus retratos sobre el poder.
Hay tres Leibovitz.
La primera, la que a mí más me interesa, la reportera. Tras la gira con los Stones, Wenner tuvo que sacarla de las calles porque a Annie se la estaba comiendo la heroína. En los 80, Jann la dirige como jefa de fotografía de la revista y la empuja a editorializar las portadas.
¿Qué diablos es eso?
Se trata de buscar una idea de fotografía para la portada, normalmente dibujada previamente, que se negocia con el artista o con el publicista del artista para conseguir un retrato que impacte al comprador y consiga vender más revistas.
El humor y la sorpresa son la sal y pimienta de esta técnica fotográfica.
¿Fue idea de Annie o de Jann sacar a los artistas de su zona de confort? No lo sabremos, pero mi apuesta es que fue el pillo de Jann, que descubrió en Hollywood la necesidad de llenar los cines con el target de su revista.
Pero Annie lo elevó a la máxima expresión, acompañada de un asistente, Mark Seliger, que tras la marcha de Leibovitz de Rolling Stone desarrolló la técnica y en ocasiones la mejoró. La hemeroteca de portadas de Rolling Stone (la revista fue vendida hace años a Penske Media y la dirige Gus, el hijo de Jann), acumula décadas de gloria fotográfica ante los objetivos de Leibovitz y de Seliger.
Esa fue su segunda época, en la que se dispara (que desafortunado verbo) la sesión de John Lennon, desnudo, y Yoko, vestida, abrazándolo. Aquella idea de fotografiarle en pelotas es un ejemplo perfecto de cómo editorializar una portada. El asesinato de Lennon hizo el resto.
La tercera etapa, en la que Annie lleva tres décadas sumergida, es la más aburrida con diferencia. Cuando S. I. Newhouse, propietario de Condé Nast, ya fallecido, tiró de chequera para arrebatar a la fotógrafa de la nómina de Wenner Media para llevarla a su casa, Hollywood vivió años de gloria.
No había director de marketing de ningún estudio de cine que no incluyese para el lanzamiento de la película una sesión previa (siempre se publicaban un mes antes del estreno para así crear expectación) con Leibovitz. Aquello la hizo rica, muy rica, pero a cambio el diablo se apoderó de su espíritu fotográfico.
Hollywood, con su apisonadora de intereses, la fue erosionando. Don Dinero fue mal cómplice también y de poco sirvió que su vida amorosa viviese una etapa de calma junto a la gran filósofa del arte fotográfico Susan Sontag. Toda la coña que Annie desplegó en Rolling Stone en Vanity Fair se transformó en plomo en las alas.
Annie y Susan fueron pareja durante años. La serie de retratos de Sontag, ya enferma, en sus últimos días es uno de sus grandes trabajos. Criticada por ello, Leibovitz se aferró a la herencia de uno de sus maestros, sino el único maestro, Richard 'Dick' Avedon, que la había utilizado ya con su padre muerto en uno de los trabajos más estremecedores de la historia de la fotografía moribunda.
De la cámara de esta gran maestra hace años que no sale nada fresco. Sus retratos pesan tanto que la revista que los use en portada (sigue en nómina de Condé Nast) parece no tener nada más que decir.
Y eso es lo que me parece que ha hecho con los reyes. Los ha convertido en cemento armado.
¿Son las mismas personas que se dejaron disparar barro porque huir hubiera sido el peor momento para la monarquía en su historia? No lo son. Son "figuras de cera". ¿Para más gloria de quién?
Para más gloria del aparato institucional.
El retratista debía haber esbozado el ser humano tras la institución, como los cuadros de Lucian Freud, como la pintura de Jonathan Yeo al rey de Inglaterra. El retrato tendría como objetivo acercarles al pueblo, no alejarles.
El fallo radica en la elección del retratista, no en la ejecución, ni siquiera en el presupuesto. A nadie parece haberle molestado el precio. Es cierto que 137.000 euros por dos retratos no es muy caro. Sí me parecen una barbaridad los 97.000 de Pablo Hernández de Cos. ¿Se trata de un tres por dos?
Me imagino al productor de la fotógrafa: "Mira majo, la tarifa de la señora Leibovitz es 100.000 euros por retrato. A ellos les podemos hacer un descuento de cortesía pero al gobernador no".
No money, no honey, que es la traducción apócrifa de "la pela es la pela".
¿Dónde está el retrato de Pablo Hernández de Cos? ¿Por qué no lo hemos visto ya? La respuesta pertenece a una estrategia de comunicación premeditada. Tras el baño de barro y realidad de los sucesos de Paiporta, qué mejor que unos retratos de museo y una portada de Hola! a lo Hollywood para la reina.
Si lo que se pretende es que sepamos que esta monarquía es moderna, Leibovitz no lo es hace muchos años. A él lo ha hecho más rey que nunca, y a ella la ha retratado como a una estrella del Hollywood más carca. Ningún publicista de Hollywood quiere ya que sus representados se fotografíen con Annie porque los envejece, los entierra.
La generación X, los nuevos votantes, monárquicos o no, no reconocen ese lenguaje.
Conscientes de que la monarquía se relaciona con el pueblo a base de gestos, basta ver el acierto que tuvo el estilista de elegir Balenciaga para vestir a la reina. ¿No habría sido mejor elegir un fotógrafo español? Me pregunto qué habría fotografiado Alberto Schommer si estuviese vivo.
¿Y Alfonso? ¿Y Gyenes?
Si me preguntan un nombre vivo me atrevo a dar algunos: Alberto García Alix (Premio Nacional de Fotografía) y mucho menos peligroso de lo que cualquier asesor pueda pensar.
Nico Bustos, los últimos retratos de Almodóvar son suyos.
Jordi Socias, no es su especialidad el posado formal, pero tiene una mirada única.
O uno de mis descubrimientos y con un potencial extraordinario, Pablo Llorente.
Hay muchos más, pero propongo estos cuatro por si algún lector me acusa de no mojarme.
Si en la elección del fotógrafo no se pensó en hacer marca España, el mejor retratista del mundo no es este momento Annie Leibovitz, sino el israelí residente en Londres Nadav Kander. Su último libro Meeting, editado por el sibarita alemán Gerhard Steidl, lo demuestra con creces.
Eso sí, la elección de Kander hubiese necesitado una explicación y sus retratos habrían desvelado algo del alma de los retratados, argumento más que suficiente para descartar su elección.
De entre todos los libros de fotografía firmados por Annie Leibovitz cualquiera es bueno para acercarse a su universo. Pero para mí, el definitivo es Annie Leibovitz at Work, donde la estadounidense explica sus dudas, y recuerda el camino recorrido y su visión.
El libro no incluye, eso sí, fotografía alguna.
Recuerdo con cariño mis peleas con Miguel González, fotógrafo, editor gráfico y buen comerciante, que al frente de la agencia Contacto tanto exprimió en los 90 la publicación de las fotografías usadas de Leibovitz después de que las publicase Rolling Stone o Vanity Fair.
Durante décadas, los dominicales españoles, sobre todo La Vanguardia, con sus imitaciones con famosos nacionales por parte de El Periódico, compraron el material "sindicado" de Annie.
González, que se llegó a hacer buen amigo de ella, era implacable en los precios. La fórmula se gastó, pero hizo vender muchas páginas de publicidad, los dominicales se cansaron de pagar millonadas, González hizo buen negocio, y los editores que empezábamos y que estábamos tiesos tuvimos que buscarnos la vida con nuevos talentos.
En su bibliografía fotográfica el más importante es A Photographer's Life 1990 -2005, editado por Random House, en el que se recopilan sus mejores trabajos. Lo producido entre 2005 y nuestros días es un trabajo fotográfico donde lo digital pesa al menos la mitad que lo artístico.
Es tal la presencia digital en su obra reciente que exagero, pero no mucho, cuando escribo que Leibovitz debería firmar las fotografías a medias con el retocado.