Este es un país abracadabrante en el que eres una mujer vistosa y resuelta de mediana edad a la que le va bien en su trabajo y cuando te quieres dar cuenta ha venido un notas con toda la cara de un ñu a decirte que parece que te has comido un cordero y que te tapes.

Mientras, un calvo sin dientes y su amigo el chepas le celebran la gracia desde el área de su ciénaga a la que llega la cobertura.

Te quedas totalmente cuajada, como diciendo "pero ¿qué coño, con la Pandilla Basura?". Jajá. La gente que te llama gorda así, de free, siempre es gente bastante desgraciada, gente muy chusmona y deficitaria. Célibes involuntarios. Se sabe de algunos que llevan diez años sin poder separar el dedo índice del pulgar por su propio esmegma.

Fotograma de Lalachús en La Revuelta.

Fotograma de Lalachús en La Revuelta.

Estos días le ha pasado a Lalachús, la cómica de La Revuelta, porque ha cometido la imprudencia de querer ejercer su curro como comunicadora dando las campanadas.

A la peña le pone enferma que sea mujer y tenga un peso y con él se lo baile y se lo goce, tan pizpireta y mágica como es, porque los kilos de Ibai o de Chicote, como bien ha apuntado RTVE, a nadie le importaban. 

También a Isabel Díaz Ayuso, porque ha ido un acto como presidenta de la Comunidad de Madrid y se le ha ido la olla respirando demasiado debajo de un vestido rojo. O sea: que casi parecía que estaba viva con el abdomen en movimiento a lo loco. 

Cuando veníamos renqueantes del nacionalcatolicismo, lo peor que te podían decir en España era "puta". Te lo decían un poco por cualquier cosa.

¿Que sonríes? Puta.

¿Que no te gusta mi hijo? Pues un poco puta sí que eres para la edad que tienes, chata. 

Llegó un punto en el que no había forma de no ser puta en España a poco que salieras a por el pan. Aquí sólo quedó en pie ya la Virgen del Carmen y eso nos vino bien a todas: un insulto tan ensanchado acaba perdiendo algo de fuerza. Te llaman puta y das un melenazo y dices "y cómo no, mi vida". 

Ahora, en la era de Instagram, en la era del físico y de la identidad, lo peor que te pueden llamar es "gorda". También es un "gorda" libérrimo, muy de manga abierta. "Gorda" puede ser cualquiera, igual que "puta". "Gorda" puede ser hasta una mujer delgada como Ayuso por no llevar las tripas en un canasto

En el fondo ambos insultos tienen un fin idéntico, que es el descrédito. Se trata de avergonzar a las mujeres hasta que se callen. Se trata de humillar (por la vía de la moral o de la estética, rayanas entre sí) al vehículo desde el que hablamos: nuestro cuerpo.

Entonces tiene una la tentación de enmudecer para desaparecer y que no te critiquen más. La forma más rápida de menguar no es dejar de comer, sino no participar en la vida pública. 

La carne es un silenciador de mujeres.

Te van a hacer sentir culpable y sucia si demuestras que tu carne es tuya y que la usas para tu placer, ya sea teniendo sexo o gozando de la comida sin terror a las calorías.

Hay un subtexto interesante aquí. Te exigirán que pases hambre para que pases más tiempo sola (porque en la vida social se come y se bebe) y también para que progresivamente te encuentres amargada y débil y muerta de miedo. No hay un constrictor tan potente como las dietas, una forma legitimada por los cánones de existir reprimida y controlada, acojonada y parca.

"Puta" y "gorda" son insultos, en esencia, aislantes. Ellos saben bien una cosa que a nosotras a veces se nos olvida. No hay nada más fuerte en la vida que una mujer feliz. 

Comer quiere decir que deseas, que hay algo glotón en ti. Algo excesivo. Y lo excesivo en las mujeres siempre es castigado, porque es contrario a la elegancia. La elegancia, por supuesto, consiste en no decir nada, algo que casualmente coincide con no molestar a los hombres acomplejados. 

Lo cuenta Amélie Nothomb en Estupor y temblores: "Si disfrutas comiendo, eres una cerda. Si dormir te produce placer, eres una vaca. Estos preceptos resultarían anecdóticos si no la emprendieran también con la mente. No aspires a disfrutar porque tu placer te destruirá".

Ella lo escribe a cuento de las niponas, a las que por lo visto les dan peor matraca aún con estas vainas. 

El incel medio, cuando critica tu cuerpo, viene básicamente a decirte que recuerdes que cualquier cosa que comas te engordará menos su falo. Su falo no. Eso cómetelo. Cómetelo, porfa.

La verdad es que es un triste destino. Yo prefiero una hamburguesa. Algo potente habrá que ingerir para estar recia y tumbar a estos subnormales.  

El incel medio, cuando critica tu cuerpo, viene básicamente a decirte que cierres la boca. Es un "no comas", pero también es un "no hables", un "no interrumpas", un "no brilles", un "no protagonices".

Y eso sí que no. Eso ni de coña.

Necesitamos a Lalachús en las Campanadas y a Ayuso en la presidencia de la Comunidad. Necesitamos a mujeres pidiendo postre en los restaurantes. Nos necesitamos a nosotras mismas sin parar de abrir la boca en todos los sentidos posibles. Y que rabien. 

Por cierto, otro día hablamos de la diferencia brutal entre peso y erotismo. Otro día hablamos de la gente delgada con la que nunca te apetecería acostarte y de la gente curvoncita con la que estarías frito por hacerlo. De eso ya hablamos. Mejor otro día. Sí.