Decía la Loles León esta semana, a las puertas del funeral de Marisa Paredes, que a su comadre desde hacía 40 años "la podías llamar a la hora que fuera... que ella no te contestaba, pero luego sí". Me hizo mucha gracia y me dio mucha ternura esa revelación tan quinqui, tan contraria a lo barato, al lugarcillo común y aburrido de las muertas, que acaban siendo todas muy beatas y homogéneas. 

Me gustó porque ser amiga de alguien consiste, sobre todo, en no dejar que le conviertan nunca en un tópico.

La Rossy de Palma la besaba en la cara, mua, mua, mua, cariño mío, y se reía y lloraba con Loles al mismo tiempo pensando en las cosas de Marisa, en sus jugadas maestras, en las tonterías incorrectas que la hacían ser ella misma y la llenaban de gracia y de garbo. Pensé que uno siempre ama así, en estado paradójico, entre la melancolía negra y la alegría chalada de haber conocido a una criatura fantástica, irrepetible, una diva de juzgado de guardia. 

Las amigas, a las puertas del funeral de Marisa Paredes.

Las amigas, a las puertas del funeral de Marisa Paredes.

Leí una vez que Janis Joplin había dejado 2.500 pavos para que sus colegas se emborracharan en su funeral. Me pareció una idea estupenda. Yo quiero que los míos, cuando me muera, se reúnan a echar unos trinquis en un micro abierto de Madrid, rollo El Picnic o el Libertad 8, donde encarte, me da igual uno que otro, y cuenten anécdotas acojonantes sobre nuestra vida juntos. 

Si una ha estado radicalizada en la vida, tiene que estarlo también en la muerte, por mucho que la tema más que a una vara verde, o quizá precisamente por eso. 

Yo sufro como una bestia y me divierto como una bestia, un poco con hambre de mundo. Y las mías, igual. Eso hay que vivirlo para contarlo: nuestra sentimentalidad de ceniceros y juegos y morros pintados y pájaros negros y dormir en el pecho de la otra con la baba un poco caída como las niñas en las siestas del verano. Tendremos que hablar, cuando nos muramos, sobre cosas incómodas, sobre cosas excesivas. Diremos que éramos así porque estábamos vivas. Alguien contará que yo a veces decía que me sentía un poco exagerada en casi todo, un poco teatral, pero que era mentira: en el fondo pensaba que los demás eran un puñetero coñazo. 

De mis amigas yo diré cosas gamberras y entrañables, diré que lo más brillante del mundo es sentarse a paliquear con una interlocutora excepcional y sentir la vida como una conversación ancha e infinita, hasta ansiosa, de esto que dices "que no se rompa la noche, por favor, que no se rompa", como cantaba Julio Iglesias.

Yo sé tu segundo apellido y cómo te tomas el café, yo te observo con todo mi cuerpo y desde luego, eso es muy parecido, si no idéntico, a estar enamorada. Yo sé que nunca nos juzgamos y que nada nos escandaliza.

Marta, por ejemplo, sabe que cuando me pongo nerviosa me coloco la cerveza de lata en equilibrio en la cabeza, un poco absurdamente; y yo sé que a ella le gusta por igual dormir y hablar, por eso a veces, cuando charlamos en la cama, empieza una frase en la vigilia y la acaba en el sueño, como delirando, y yo me parto de risa muy bajito mientras le escucho el desbarre y las imágenes en vuelo y amo su trance hasta que me quedo dormida yo también. 

A mí me gustará que digan que éramos tan leales que resultábamos casi mafiosas y que teníamos muchas maldades, maldades muy simpáticas, y que éramos más listas cuando estábamos juntas, y que nos animábamos mutuamente a tener palabra y a usarla y que nos gustaban mucho los hombres y mucho las mujeres y que matábamos por una conversación surrealista. Me gustará que digan que éramos muy rápidas y que teníamos mecha corta pero luego llorábamos por cualquier cosa: me gustará que nos recuerden como a unas zorras sentimentales. Me gustará que sepan que nos quisimos de verdad, y que quererse de verdad también es animarse (la una a la otra) a escribir. 

Yo sé que una vez lloraste tanto de risa que te hiciste pipí encima y que te guardabas el décimo de lotería en el sostén, como las viejas, y que te morías por una gamba roja y por los besos de tornillo y que cuando te enamorabas parecías una pantera, y yo sé que le hubieses arrancado los pendientes a cualquiera, a cualquiera, que me hubiese hecho el mínimo daño.

Las amigas celebran tus defectos: saben que te dan carácter. 

Sé que soñamos con ser chicas Almodóvar aunque a veces sólo seamos dos obsesivas, y sé que aspiramos a ser como las hembras alborotadoras y desordenadas de las películas de nuestra vida. Sé que te eché mucho de menos todo el tiempo en el que no te conocía. Y sé que cuando dices "estoy bien" quiere decir que te gustaría que fuese inmediatamente, por eso estoy aquí.