De vez en cuando la tentación es tan fuerte que se olvida de que Él es Dios. Le estrecha entre sus brazos y le dice: "¡Mi pequeño!". Hay también otros momentos rápidos y fugaces, en los que siente, a la vez, que Cristo es su hijo, es su pequeño, y es Dios.
"Es Dios y se parece a mí. Y ninguna mujer, jamás, ha disfrutado así de su Dios, para ella sola. Un Dios muy pequeñito al que se puede estrechar entre los brazos y cubrir de besos. Un Dios calentito que sonríe y que respira, un Dios al que se puede tocar y que vive".
Estas palabras escritas sobre la Virgen María no forman parte de una homilía vaticana, sino de la primera obra de teatro del padre del existencialismo europeo, Jean-Paul Sartre.
Anticristiano militante, antes de publicar Las moscas Sartre escribió el drama teatral Barioná, el hijo del trueno, con el subtítulo de Misterio de la Navidad. El escritor alumbró esta obra estando prisionero de los nazis en el Stalag 12D y fue representada por los prisioneros de guerra en la Navidad de 1940.
Con el tiempo, Sartre renegó de Barioná y, en las pocas veces que autorizó su edición, quiso que la publicación fuese acompañada de un texto explicando las circunstancias en las que fue concebida.
Barioná, hijo del trueno era, según Sartre, una muestra de solidaridad para con sus compañeros presos y una forma de resistencia contra la censura nazi. Nada más y nada menos.
Pero, igual que, al menos una vez en la vida, Sartre no pudo escapar de la fascinación que provoca el verdadero significado de la Navidad, quizá te compense, por una vez (sí, tú, que tampoco crees en Dios), asomarte al misterio y darle una oportunidad.
Quizá te compense, porque en tiempos posmodernos, en los que se nos invita a todos a ser dioses, es un alivio comprobar que Dios también descansa, aunque sea sobre paja, acostado por su madre en ese maravilloso cuadro de Carlo Maratti.
Quizá te compense, porque la utopía del progreso te ha decepcionado con su promesa incumplida de eliminar el misterio y entronizar las explicaciones racionales y científicas. Pero ese progreso no siempre ha traído certezas y sentido, sino desorientación y vacío.
Así que a ti, que la revolución cultural te atrae, ¿no te supone una tentación la posibilidad de apostar por el reencantamiento en la época del cansancio? ¿Y no es acaso el reencantamiento del mundo la oferta que te trae la Navidad? Es, fíjate bien, el pesebre contra el algoritmo.
"El mundo no es más que una caída interminable, el mundo no es más que una mota de polvo que no termina nunca de caer. Las personas y las cosas aparecen de repente, en un punto de la caída y, apenas aparecidos, son arrastrados por esta caída universal y empiezan también a caer, se atomizan y se deshacen. La vida es una derrota, nadie sale victorioso, todo el mundo resulta vencido; todo ha ocurrido para mal siempre y la mayor locura del mundo es la esperanza", grita el Barioná de la obra de Sartre.
El reclamo de Barioná es el de la modernidad líquida contemporánea, que en nada cree más que en el cinismo, en el presente desarraigado y en la ironía. El reclamo de toda una sociedad que está esperando que algo le devuelva el suelo bajo los pies, el cielo sobre las cabezas y una identidad que le dé una misión que llevar a cabo.
Piensa que incluso Sartre le dio a Barioná la oportunidad de mirar de frente a la Navidad y ser transformada por ella.
Porque hasta el mayor apóstol de la secularización necesita tiempos de descanso, tiempos de misterio, de no preguntar, de no tener que hallar siempre la relación de causalidad.
Porque todo hombre acaba cansado de sí mismo y puede llegar a intuir que hay algo que lo supera.
Porque la Navidad resiste, porque el hombre no puede ser la única fuente de sus propias verdades.
Puede que sea cierto que Sartre renegara de este teatrillo de prisión por considerarlo una incoherencia intelectual. Pero tan agresivo es su empeño en borrar toda relación con esta obra, que quizá lo que le acosaba es una incoherencia aún mayor: la de haber atisbado el verdadero significado de las cosas y no haber vivido conforme a ese descubrimiento.
Y, si después de haberte tomado en serio qué puede haber detrás de la Navidad, nada de esto te convence, por lo menos podrás recorrerte los museos de nuestro país y, quizá, descubrir con una mirada renovada lo que en ellos se cuenta.
Así que feliz Navidad para ti, que no crees en Dios, porque también para ti se hace nuevo el mundo.