A veces una chica se limita a madrugar en sábado y a poner lavadoras, ordenar armarios, leer la prensa, bajar al barrio a por flores y bombillas, tomar café con hielo al sol, contestar animadamente a Whatsapps y todo eso sin dejar de pensar ni un segundo en la muerte.

Es la misma chica que al notar la tarde derretirse sobre las aceras se peina las pestañas y se cita con gente interesante y mira el mundo con ojos nuevos, renovados, con una insólita esperanza, con la sensación invencible de que algo bello está viajando hacia ella a toda velocidad.

Mientras todo eso sucede, esa chica, es decir, yo, se pone una y otra vez el último disco de Carolina Durante y entiende que es al mismo tiempo luminosa y fatal, cándida y peligrosa, y que en el mismo cuerpo caben toneladas de días jodidos y días radiantes sin que ninguno de ellos la defina del todo. Y está bien que así sea. De ese disco perfecto extraigo lo mismo que de las grandes obras o de los grandes amigos: cuando los tengo en las manos, me siento menos loca. Cuando los escucho me siento menos loca.

Una vive acompañada de cosas enigmáticas, pero ninguna más enigmática que las canciones.

Carolina Durante.

Carolina Durante. Laura Mateo.

Las buenas, las buenas de verdad, se te acoplan en las semanas con una exactitud misteriosa, carnal, como esos zapatos elegantes que encima tienen el detalle de no hacerte daño. Son zapatos para estar guapa y zapatos para huir y zapatos para patear. Son inéditas pero al mismo tiempo familiares: es como si siempre hubiesen estado ahí. Las canciones perfectas nunca te juzgan. Te meten un abrazo que te tumba en La Malagueta en los últimos días del año y abres la boca al sol como los viejos en los bancos, con gusto y claudicando un poco, como diciendo “ya está, joder, la vida sigue”. Somos personajes en búsqueda que también necesitan rendirse a veces.

Amamos con desorden español y lo destrozamos todo con puntualidad británica. Sabemos que el placer es muy sencillo y la felicidad muy complicada. El placer está siempre cerca, es pequeño y redondo y se pulsa como el botón del ascensor, pero la felicidad… yo qué sé, la felicidad está a cada paso uno más lejos. Las cosas que yo quiero se mueven de sitio mientras me acerco a ellas. Lo que yo quiero siempre está un poco más allá. Nunca es esto. Nunca es esto.

Yo creo que de esa insatisfacción permanente habla Elige tu propia aventura. Al menos, para mí, o desde luego, para mí, porque este disco ya es mío y todo lo que no sea yo seguramente no exista o me importe poco. Es un disco por el que estoy agradecida, porque es un disco para todos sin dejar de ser un disco de cada uno. Conseguir eso, como lo han hecho los muchachos de Carolina Durante, significa estar tocado por la varita. 

Hace rato que su talento es un elefante en la habitación. En la era de Tiktok, en la era de las tías xulísimas y el dilotatismo, en la era del videoclip rocambolesco y ultraproducido diseñado para tapar temas flojos, su promoción es la más honesta y radical que existe: se defienden del mundo sin tonterías, sólo armados con un puñado de canciones acojonantes. Desnudas. Suficientes.

A mí me divierte presentar entre sí a obras que no se conocen de nada, asimétricas en tiempo y forma, como si fueran hombres y mujeres a los que meto en una habitación y les digo “hala, os dejo solos. A charlar”. Es un juego privado, una perversioncilla mía. A Elige tu propia aventura le presentaría El paso de la laguna estigia, un cuadro flipante de Joachim Patinir que está en El Prado y que oscila entre el paraíso y el purgatorio, pero siempre tendiendo más hacia el segundo. Este es el arte de los culposos, todo el día con el alma parriba y pabajo en la barca, Carontes de nuestra personalidad múltiple.

El paso de la laguna estigia.

El paso de la laguna estigia.

Elige tu propia aventura, la canción, es la mejor declaración de intenciones, es el cuento de la dualidad: del “elijo ser un hijo de puta / elijo ser como mi padre / elijo dejarte aparte / elijo que esto ya me aburre / y espero que nunca te enteres” al “y si en la noche no puedo dormir / y cuento hasta mil segundos / cuento cada gesto, cuento cada músculo / cuento cada día que estuvimos juntos”. Somos mala hierba y simultáneamente criaturas tiernas, tenemos inocencia y también nos autoboicoteamos: ocurre que en ocasiones nos volvemos malos sin saber por qué, extrañamente, como los niños. Un poco porque sí. Lo queremos todo y lo olvidamos todo. Esa es la verdad más profunda.

Probablemente tengas razón regala una imagen cinematográfica y elocuente (la de escuchar a alguien que quisimos cerrar la puerta, llorar en el ascensor y no hacer nada por evitarlo); Normal es expectorante y abraza su propio desastre, Dios Plan es el puerta grande o enfermería, la fe en el destino brillante; Verdes césped habla del enamorarse de detalles enanos que te persiguen para siempre (yo una vez me enamoré de unas pestañas); Interludio, que me maravilla, es una nana diabólica y frágil (como Si tú… de Los Piratas o Me ha parecido que estuvo en mi cabeza, de La Estrella de David).

Tempo II quizás sea la mejor canción del disco, un homenaje al bar mágico regentado por Pepe y Manel donde arrancan las novelas de nuestra vida: “Formábamos buen equipo / éramos los mejores / recuerda volver a tiempo / vuelve mientras sea joven”.

A Dani (mi mejor compañero de Tempo II) y a mí nos gusta pensar que en Hamburguesas, cuando Diego canta “porque fuera hay cosas preciosas / los inviernos al sol, mil canciones, / los cafés y las mañanas y las olas / y el ruido que hacen cuando se rompen”, no se refiere sólo a las olas rotas, sino a todo lo demás. Inviernos al sol rotos, canciones rotas, cafés y mañanas rotas. Nos parece muy poético. Nos lleva lejos. Y lo entendemos perfectamente. Hay mucha belleza en el sonido del crash.

Cuando escucho este disco pienso en lo que le decía Krahe a su amigo Wyoming: “Tú eres el que mejor hace las cosas mal”. Pienso en la filosofía adorable de patetismo ilustrado que lleva por bandera Ernesto Sevilla: “Nunca podréis conmigo… porque soy idiota”. Pienso en lo que escribía Fitzgerald a Zelda (“Recuerdo una tarde en la que todo era horrible menos nosotros dos”) y en lo que respondía Godard a Anne Wiazemsky cuando ella se quejaba de sus idas y venidas de carácter: “Así es la vida a bordo de El Temible”. El Temible era un barco pirata. 

A veces salir con nosotros es como ir de cañas por el Monte Calvario. Es divertido y trágico. Es una experiencia radical. Qué sé yo, estamos vivos y tenemos ganas de seguir estándolo. Aquí hemos venido a sentirlo todo. Feliz año y felices canciones nuevas.