Pasará a lo largo del día. En ese breve lapso de tiempo que se encuentra entre la comida y la cena del día que es igual que todos los demás, pero que tiene una luminosidad definitiva.
Pensarás en lo que hiciste, en lo que dejaste por hacer. Harás una breve arqueología del año pasado, inspeccionando los meses, los días, incluso las horas. Escarbarás en el recuerdo, en las creencias, en los momentos felices y por construir.
Pensarás en todo lo bueno, en todo lo que pasó desapercibido, y también en todos los debería.
Debería haber estado más con mi padre, escuchado mejor a mi madre.
Debería haber leído más, salido menos, ido a ese concierto, accedido a ese café, hecho más deporte.
Debería haberle escrito primero, comprado ese billete, pedido perdón. Debería haber estado más con los míos, menos con los demás.
Recordarás aquella frase que alguien te dijo que era de Dostoievski y que decía algo parecido a que la segunda parte de la vida de una persona se compone de los hábitos acumulados en la primera mitad.
Volverás a aquel poema de aquel tomo desgastado de aquella poeta que te atraviesa como un punzón muy fino y muy delicado, y que llegó a tu vida como un regalo envuelto en un lazo rojo. Recordarás los últimos versos que te sabes prácticamente de memoria.
"Cuando termine, no quiero preguntarme / si hice de mi vida algo particular, / y real. / No quiero encontrarme suspirando y asustada, / y llena de argumentos. / No quiero terminar simplemente / habiendo visitado este mundo".
Te entrará un agobio que se acerca bastante al terror. Del tiempo pasado, del tiempo que ya no está. Del tiempo que se escapa entre los dedos como un hilillo de agua clara. De las velas que aumentan con cada año que pasa y que soplas con el orgullo y el temor de quien avanza en la única dirección que permite la vida.
Pensarás nuevamente en todos los debería que, en el fondo, sabes que son el reflejo de un deseo que está asentado en tu interior.
De ser más afectuoso.
De tener más valor.
De ser más generoso y creativo.
De creer más y confiar mejor.
Llegada la noche, comidas las doce uvas al ritmo de las doce campanadas, brindarás con flautas de cava, sonreirás, darás abrazos, besos. Mirarás las caras de tu familia y de tus seres queridos.
Y en ese instante, entre la alegría y la felicidad, se colará algo parecido a la esperanza, aunque no lo sea del todo. Se colará el anhelo de una vida más amplia, de una vida más clara, una vida más sencilla y propia.
Y, sin darte cuenta, también se colará la expectativa de que va a ser así, de que va a ser posible, de que va a llegar a su plenitud. Ya no importará el miedo, las malas noticias, la pesadumbre, la crispación y el desencanto.
Como una convicción brillante y nítida, el mundo se desplegará ante ti. Tu vida se desplegará ante ti.
Por unos instantes, todo estará a punto de empezar.