Hasta el gorro estoy de gorras de béisbol con la pegatina plateada del fabricante 9FORTY bien puesta para que los colegas vean que no es de los manteros.

Cansado de gorros de marinero rojo a lo Jacques Cousteau. Al hipster, al enteradillo, le queda aún por descubrir el viejo sombrero de sus abuelos.

Pero… ¿cómo no parecer estúpido con uno? Wherever I Lay My Hat (That's My Home) ("donde dejo mi sombrero, ahí está mi casa") cantaba Marvin Gaye

Bien vestido con un sombrero de Optimo Hats en Chicago.

Bien vestido con un sombrero de Optimo Hats en Chicago.

Hubo un tiempo en que un hombre elegante usaba sombrero sí o sí. También cuentan los cronistas que un hombre elegante vestía corbata sin estar obligado y calzaba zapatos de cordones porque las zapatillas eran para hacer deporte.

Todos los complementos se han ido reciclando en menor o mayor medida y el sombrero espera agazapado recuperar su momento de esplendor. ¡Qué nadie tenga la menor duda de que llegará!

Mi amigo Alex Bilmes, director hace más de diez años de la edición británica de Esquire, dice que cuesta porque "el sombrero al hombre le hace parecer más afectado. No pasas desapercibido si te lo pones. Antes pasaba eso con las gorras de béisbol, ahora ya no".

Nada peor que pretender parecerse a Humphrey Bogart sin querer porque parecerá que vas disfrazado, qué no eres tú.

Alguien que se viste de lo que no es, es un fantoche.  

Entre los hombres famosos que presumen de sombrero está Pharrell Williams, que hizo mucho por el complemento fotografiándose hace diez años ya con el cuatro bollos, el de la policía montada del Canadá.

Pharrell Williams, preguntado por su apuesta por el fieltro para abrigarse la cabeza, explicó, "cuando me pongo un sombrero siento como si me diese a mí mismo una aprobación".

David Bowie lo visitó en alguno de sus looks (en uno de los especiales de la revista Uncut, el que elige los mejores discos de los años noventa, sale con sombrero).

También es buen cliente el restaurador Jeremy King, muy conocido en Inglaterra por los restaurantes The Park y Arlington, en Londres.

Los más populares siempre son los sombreros tipo Fedora (el favorito de David Beckham, que suele combinar con una gafas Ray-Ban Wayfarer negras), el Homburg o el Trilby (el preferido de Brad Pitt), más de saxofonista de jazz divorciado. O si es de fibras frescas, de "me piro cuatro días a Ibiza y lo voy a dar todo". 

En el aeropuerto de Ibiza, desierto en invierno de turistas, con las pantallas led vacías, antes ocupadas por los carteles de las discotecas con los pinchadiscos Black Coffee (elegido mejor DJ del mundo en 2024), Claptone, David Guetta o Sven Väth, se ve a alguna que otra mujer con sombrero.

El invierno en Ibiza merece que Antonio Muñoz Molina se piense continuar su novela El invierno en Lisboa. En cuanto el sol calienta las turistas que pasan en Ibiza o Formentera dos o tres días traen siempre dos cosas en la maleta. Un sombrerito de paja que no se han puesto nunca y el bolso de playa hippy chic de Christian Dior (las más pudientes el Tote original de 2.700 euros; las otras, el del top manta).

Para ellas, el sombrero hace tiempo que es no es un tabú, sino otro accesorio más. Para nosotros, aún pertenece a otra época. Vamos, que no hay cojones para ponérselo.

Assunta Jiménez-Ontiveros, exdirectora de Comunicación de Chanel y ahora en la Fundación Francesca Thyssen-Bornemisza, presume de sombrero con gracia en su Instagram.

También la periodista Mónica Montero, pareja de Jean-Guillaume Charvet, representante de David Guetta, lo luce con estilo. 

Elena Cue (no se pierdan sus artículos en ABC) es otra aficionada al sombrero.

La lista de mujeres con sombreros de fieltro, normalmente grandes, de ala ancha, aun sin marca reconocida, es interminable. 

Yo tengo varios de los que presumo siempre que puedo, pero no me atrevo, aún, a sacarlos a pasar. En verano sí me protejo la mollera con un Panamá (me encantan los de Yosuzki) y lo llevo a los toros en el tendido bajo del 10 en San Isidro, y a los Sanfermines.

Pero en invierno no me encuentro, y mira que el frío en la cabeza pelada es irritante.

¿Dónde comprarte un buen sombrero si no eres un experto? Recomiendo cuatro tiendas en cuatro ciudades, según mi cuaderno de campo en el que apunto hoteles, restaurantes, baretos, sastrerías, peluqueros, limpiabotas y demás utilidades de caballero digital.

En Londres, desde luego, Lock & Co., Bates o Herbert Johnson.

También merece la pena visitar, aunque no compres, la tienda del legendario fabricante estadounidense Stetson, recién abierta, con su fachada roja cabina de teléfonos, en el Covent Garden londinense. Stetson distribuye bien en España, pero no trae todos los modelos, los más americanos. Los más country & western se quedan allí. 

En Chicago, una de mis tiendas favoritas, si no mi favorita, y que considero parada obligatoria, se llama Optimo Hats. Ya saben, el hampa, el frío polar de los lagos, el jazz y el blues en garitos. En su cuenta de Instagram alucinas con los clientes (John Lee Hooker, Buddy Guy o Kevin Costner en Los intocables, entre muchos).

En Madrid, Yoqs, la sombrerería favorita del subdirector de Tapas, escritor y guitarrista de Los reposados, Javier Márquez, y la mía también. Este sevillano con raíces en Lavapiés es uno de los mejores paseadores de sombreros clásicos que conozco.

Y no me olvido del pintor Eduardo Úrculo, que los inmortalizó en sus cuadros.

El fotógrafo Jordi Socías ha hecho mucho por el regreso del sombrero, aunque no se los pone mucho, pero no hay sesión de fotos que no resuelva con uno. La más famosa, la de Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina para la gira Dos pájaros de un tiro. No es fácil sacar a Sabina del bombín para las fotos, os lo aseguro.

¿Volverá llamar Sabina a Socías para las imágenes de promoción de su última gira? Veremos. 

En Sevilla, Maquedano desde 1896. Y en Donosti, la fascinante Leclercq, en el barrio viejo, con sus chapelas que si se ven por allí, aunque de Burgos ya no bajan.

No hay ciudad con poso que no tenga una buena sombrerería. ¡Investiguen, investiguen! Pocas cosas dan más placer que comprarse un sombrero cuando se hace turismo.

¡Ah, y por último, Nueva York, claro! En Manhattan, mi favorita es JJ Hat Center, donde presumen de ser la tienda de sombreros más antigua de Nueva York (imagina los músicos de jazz que cubrieron allí sus tristezas). En la Quinta avenida, casi debajo del Empire State.

Pocos elementos mejores para despedirse de alguien con romanticismo que un sombrero. Quizá una canción.

Para despedir el artículo recomiendo una banda sonora, aunque habría miles de Van Morrison, de Keith Richards (aunque se haya cambiado a los gorritos para evitar que se le caigan en el escenario) o de Leonard Cohen.

Una propuesta inesperada: el cubano Silvio Rodríguez: "Una mujer con sombrero / como un cuadro del viejo Chagall / corrompiéndose al centro del miedo / y yo, que no soy bueno, me puse a llorar".