Este año he explicado Derecho constitucional con la boca pequeña, unas veces como quien habla del Ratoncito Pérez a un niño de ocho años que se mueve en la frontera entre la fantasía y la realidad, y otras veces como si leyésemos El mundo de ayer o viésemos Lo que el viento se llevó.
Me resisto a explicar la Constitución Española como si fuese un género híbrido entre fantasía y nostalgia, pero a cada paso, en cada tema que explicaba, tomaba conciencia de lo mucho que hoy en día eran discutidos cada uno de los principios que hace menos de veinte años yo estudié como indiscutibles e inamovibles.
No puedo negar que dar clases de Derecho constitucional este año ha sido como bailar a las faldas de un volcán.
Empezamos el año con una declaración de María Jesús Montero, vicepresidenta primera del Gobierno, en la que decía que "la soberanía reside en el Congreso de los Diputados" ya que "cuando un texto sale fruto del voto favorable de esa mayoría es un texto que responde a la soberanía nacional".
La patada que le dio Montero al artículo 1 de la Constitución nos dejó a muchos temblando, y no sólo porque teóricamente es una barbaridad, sino porque la historia ha demostrado en demasiadas ocasiones que las democracias mueren por donde son más fuertes, es decir, por una exageración del poder del Parlamento.
Y mientras ella decía eso, yo tenía que explicar que la soberanía reside en el pueblo, y que es del pueblo de donde emanan todos los poderes del Estado. ¿Palabras huecas?
Continuamos el año con la aprobación de la Ley de Amnistía, y en clase la pregunta era siempre la misma. "¿Y entonces para qué sirve la Constitución?".
¿Para qué sirve que un texto legal diga en su artículo 2 que la unidad de la nación española es indisoluble, que el poder está controlado por las Cortes y por los jueces, y que no contemple bajo ningún supuesto la figura de la amnistía?
Imagínense andando sobre las brasas mientras leen poesía en voz alta. Así me sentía yo.
Y así seguía el año, y avanzaba la lección. Llegábamos al tema del Poder Judicial, y tocaba explicar que los jueces son independientes, inamovibles y únicamente sometidos al imperio de la ley, y que su función es juzgar y hacer ejecutar lo juzgado, mientras al mismo tiempo se decía de ellos en público que son "fachas con toga" y que tenemos un problema de lawfare, que es la forma sofisticada de decir que ni son independientes, ni aplican la ley con neutralidad, ni respetan la democracia.
Siguiendo con el Poder Judicial, que es quizás el que más duro resulta explicar por lo mucho que se le ha atacado, llegamos al Consejo General del Poder Judicial, a sus funciones, a su supuesta neutralidad y a su reforma, y aquí directamente se me caía la cara de vergüenza.
¿Se imaginan hablar de los fuegos fatuos en una clase de segundo de termodinámica? Así me sentía yo.
Pero el día que tocaba hablar del fiscal general del Estado, ese día les aseguro que me entraron ganas de fingir una gripe y esconderme debajo de la cama.
Seguíamos con una explicación que cada vez se parecía más a un taller de ciencia ficción, y nos encontrábamos con que el presidente del Gobierno sostenía que el Ejecutivo no necesita el apoyo del Congreso para gobernar.
Daba igual la contradicción con la vicepresidenta Montero. Ahora ya no hacían falta ni el Congreso, ni el Senado, ni los jueces. Lo importante era continuar con la hoja de ruta.
Ya no sabía dónde meterme. Empezaba a pensar que lo más honesto sería decirles a los alumnos que el examen sería un ensayo libre sobre cualquier tema, un ejercicio de estilo literario y punto.
Menos mal que se acabó el curso y que el discurso del rey fue en Nochebuena. Ya lo pasé mal con aquellos memes nostálgicos del absolutismo que ponían al rey Felipe VI bocabajo por firmar la Ley de Amnistía. La derecha valiente, la verdad, tampoco me ha ayudado mucho en mis lecciones constitucionales.
Menos mal, decía, que no tuve que rebatir que el rey no es un heredero del franquismo, que no es facha, y que su discurso fue de lo más sensato, comedido y constitucional que pueda imaginarse. Y que quizás, a algunos, no es que no les guste el rey, es que no les gusta ni la Constitución, ni la monarquía parlamentaria, ni la Transición.
Lo que no sé es qué me tocará explicar en este año que comienza en el que parece que hay muchos, a un lado y al otro, que están dispuestos a reescribir desde el preámbulo todos y cada uno de los artículos de la norma fundamental.
Espero no tener que rehacer todo el programa de la asignatura.
Cada vez son más los que piensan que la Constitución va por un lado y la realidad por otro, y que lo mejor sería archivarla en la estantería de los libros de historia.
No les faltan razones, aunque no tengan ninguna razón.