Uno de los pronósticos más extendidos acerca del segundo mandato de Trump era que supondría un alejamiento entre Washington y Bruselas. Sorprende, sin embargo, la celeridad con que se va agrietando la sima.

Aún no se ha celebrado la toma de posesión del cargo de presidente, que será el próximo lunes 20 de enero y ya hay una polémica que afecta a las fronteras de la Unión Europea: la desatada por la voluntad expresa de Trump de anexionar Groenlandia). Y otra, la más relevante a medio plazo, que se cifra en las acusaciones de injerencia en la política interna europea por parte de Elon Musk.

El dueño de X y responsable del nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) ha empezado el año como el hombre más rico del mundo según Forbes, y su activismo político en redes le convierte en uno de los más influyentes y beligerantes.

Elon Musk y Giorgia Meloni durante la cena de los Global Citizen Awards en Nueva York.

Elon Musk y Giorgia Meloni durante la cena de los Global Citizen Awards en Nueva York. EFE

De ahí que donde sus partidarios ven a un libertador libertario (por su apoyo a Milei, su defensa de una libertad de expresión irrestricta frente a las burocracias del mundo o su cruzada contra las causas allí llamadas "woke"), sus detractores señalan los intereses espurios de un oligarca oportunista y ultra que maneja una red social demasiado grande para ser privada. Un emperador digital o señor "tecnofeudal" al que convendría reconducir a senderos democráticos. 

En el viejo continente, sus críticos más significativos son Emmanuel Macron; Keir Starmer, al que acusa de connivencia con los escándalos de agresiones sexuales protagonizados por redes organizadas; Olaf Scholz, al que Musk no dudó en calificar de "tonto incompetente" o el excomisario Thierry Breton, de nuevo, a juicio del magnate tecnológico ,"tirano de Europa".

Y aunque la enemistad entre Musk y Breton es antigua, y hunde sus raíces en la regulación europea en materia de responsabilidad de redes sociales (que Musk juzga como censora), los ánimos se han recrudecido por la amistosa conversación que mantuvo la semana pasada con la candidata de Alternativa por Alemania, Alice Weidel.

Y así ha ido cundiendo la idea (salvando excepciones, como la de Giorgia Meloni) de que estamos ante una injerencia inaceptable. Una confusión entre lo público y lo privado. Una inmisión perturbadora de los intereses de parte en los procesos electivos. E incluso que estamos en un momento idóneo para plantearnos algunos debates de fondo sobre la titularidad y neutralidad de los nuevos medios digitales.

"Injerencia" ha presentado una firme candidatura para ser la palabra política del año. 

Y como la política es un arte de tiempo, oportunidad y prudencia, resulta difícil no recordar que, apenas el diciembre pasado, en Rumanía se anularon unas elecciones aduciendo una perturbación de las leyes electorales y una injerencia rusa en campañas de TikTok que, muy probablemente, no sean más que una coartada para evitar el triunfo de un candidato indeseable a los ojos de la élite política local.

Los debates sobre la injerencia en procesos electorales, la confusión entre lo público y lo privado o los límites de la libertad de expresión en los nuevos medios digitales son, sin duda, cruciales y muy interesantes.

Pero de un tiempo a esta parte se abren cuando interesan. Curiosamente, no escuchábamos críticas como las que recibe Musk hacia el progresista Mark Zuckerberg, que hace unos días se cayó del caballo justo a tiempo y reconoció que decidía políticas de control de contenidos por sugerencia del Gobierno de Biden. Y no conozco a nadie tan inocente como para descubrir a estas alturas el influjo del dinero en el poder o de unos gobiernos sobre otros.

Conviene guardarnos de estos juicios vacíos de contexto, verdades en parte que amenazan con tornarse en verdades de parte.