La frase "no hay plata", pronunciada por el presidente argentino Javier Milei en su toma de posesión, ha resonado con fuerza más allá de las fronteras de su país. Es directa, cruda e incómoda. Nos enfrenta con una realidad que muchos gobiernos prefieren maquillar: los recursos no son ilimitados, y seguir gastando sin control tiene consecuencias devastadoras para las generaciones presentes y futuras.
En España, esta afirmación debería encender todas las alarmas. Especialmente en lo que respecta al sistema de pensiones, un esquema Ponzi que se vuelve cada día más insostenible, pese a los intentos del Gobierno por disfrazar la gravedad del problema.
Un dato. Entre 2009 y 2020, la pensión media creció en España un 50,89%, mientras que para el mismo período el salario medio sólo creció un 14,04%. Las pensiones han crecido 3,6 veces más de lo que han crecido los salarios.
![La ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, Elma Saiz.](https://s1.elespanol.com/2025/01/03/actualidad/913668869_252084774_854x640.jpg)
La ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, Elma Saiz. Europa Press
En este contexto, el Gobierno ha optado por trocear el decreto de revalorización de las pensiones, intentando salvar la cara y mantener contentos a los pensionistas, con concurrencia de todos los partidos.
Pero este movimiento no es más que un parche. Una estrategia para ganar tiempo y evitar el coste político de enfrentar el problema de fondo. Resulta irónico que, en un momento en el que la sostenibilidad es el mantra de buena parte de los discursos públicos, nuestro sistema de pensiones camine por la senda opuesta: una insostenibilidad cada vez más evidente.
La dinámica es clara. Cada vez hay menos jóvenes con capacidad de sostener a una población envejecida en crecimiento constante. Las tasas de natalidad están en caída libre, los salarios de los más jóvenes son, en general, precarios, y el acceso a una vivienda digna o a un empleo estable se ha convertido en un lujo para muchos.
Sin obviar que las facturas hay que pagarlas, y que, precisamente, se pagarán con más impuestos (o más deuda) sobre esos mismos jóvenes.
Mientras tanto, las pensiones no sólo se mantienen, sino que crecen por encima de los salarios. ¿Qué sentido tiene que los ingresos fijos de los pensionistas, que ya cuentan con una estabilidad económica relativa al gozar de unos ingresos recurrentes, aumenten de forma deliberada más rápido que los salarios de quienes los sostienen?
Esta es una pregunta incómoda que nadie parece estar dispuesto a plantear.
El argumento de que las pensiones deben revalorizarse para mantener el poder adquisitivo de los jubilados suena razonable, pero oculta una gran contradicción.
En los últimos años, las pensiones han crecido notablemente por encima de los salarios, consolidando una desigualdad generacional que pocos están dispuestos a reconocer. Los jóvenes no sólo enfrentan salarios más bajos y empleos más precarios, sino que además cargan con el peso de un sistema que no se adapta a las nuevas realidades demográficas ni económicas.
Pedro Sánchez ha pronunciado en varias ocasiones su leitmotiv de esta legislatura: "somos más". Una frase que, aplicada al colectivo de pensionistas, refleja una preocupación que no es precisamente altruista.
De los pensionistas, a los políticos parece interesarles únicamente su voto. Conforman un grupo amplio, fiel y fácil de movilizar, un coto electoral tan atractivo como intocable.
Esta es la razón por la que los últimos gobiernos, sin importar su color, han eludido decisiones impopulares en este ámbito, sacrificando el futuro económico del país por una paz social a corto plazo.
Los debates públicos sobre las pensiones suelen centrarse en qué partido es responsable de que no se revaloricen, pero este planteamiento parte de un supuesto cuestionable: que las pensiones deben seguir subiendo.
¿Pero tiene sentido?
El crecimiento automático de las pensiones por encima de los salarios no sólo es insostenible, sino también injusto para quienes están en plena etapa productiva y enfrentan un mercado laboral plagado de incertidumbres. Aún más después del reciente período inflacionario tras las medidas de política monetaria tomadas a raíz de la pandemia.
La relación entre los ingresos de los pensionistas y los salarios de los trabajadores activos es un indicador clave de la salud del sistema. Si las pensiones siguen creciendo a un ritmo superior al de los salarios, la brecha intergeneracional no hará más que aumentar, exacerbando las tensiones sociales.
Además, el discurso sobre la revalorización de las pensiones ignora un hecho fundamental. Los pensionistas ya cuentan con un ingreso fijo, mientras que los jóvenes enfrentan una precariedad que afecta a todos los aspectos de sus vidas.
La situación es especialmente grave en España, donde el desempleo juvenil y la falta de perspectivas han llevado a muchos a emigrar en busca de mejores oportunidades. Mientras tanto, se perpetúa un sistema que penaliza a quienes deberían ser el motor económico del país.
No se trata de desproteger a los mayores ni de ignorar sus necesidades, sino de encontrar un equilibrio que garantice la sostenibilidad del sistema para todos. Sin embargo, esto requiere voluntad política y visión a largo plazo. En su lugar, asistimos a una competición de relatos, donde unos y otros se echan en cara las decisiones del pasado mientras eluden abordar las cuestiones de fondo.
El reto es monumental, pero no imposible. Existen alternativas, como fomentar sistemas de ahorro privado que complementen las pensiones públicas, incentivar la natalidad con políticas efectivas o facilitar la incorporación de los jóvenes al mercado laboral.
Sin embargo, estas medidas requieren tiempo para dar frutos y, lo más importante, implican asumir costes políticos que pocos están dispuestos a pagar.
La frase de Milei "no hay plata" no sólo es un recordatorio de la fragilidad de los recursos, sino también una llamada a la responsabilidad. En España, es urgente que empecemos a hablar de sostenibilidad. No como un eslogan vacío, sino como un principio rector de nuestras políticas de gasto público.
El futuro de las pensiones, y de toda una generación, depende de ello.
En España tampoco hay plata.