Un estudio de la Fundación Jean Jaurès ponía de manifiesto recientemente que un 54% de los franceses experimentan fatiga informativa, el 38% de forma intensa.

La sobrecarga de información y sus efectos en nuestra sociedad constituyen un fenómeno que también se observa en Estados Unidos y en el resto de Europa. La permanente accesibilidad a las noticias a través de redes sociales y servicios de mensajería coloniza o puntea nuestra vida diaria, y esa ocupación desmedida nos genera no sólo desconcierto y desconfianza, sino angustia y desafección.

Del mes de enero todos esperamos (con más o menos ingenuidad) cambios a mejor asociados a esa oportunidad que supone el arranque de un nuevo año.

Sin embargo, me atrevo a decir que en este mes la fatiga informativa se ha extendido y profundizado en nuestro país, significativamente exhausto tras el puñetazo de la DANA que a todos nos ha dejado deshechos.

No se trata sólo de cuestiones nacionales, ciertamente: el devastador aterrizaje de Donald Trump en la presidencia, los desmanes de sus secuaces y el efecto de sus movimientos pre y post inaugurales lo ocupan todo, todo el tiempo, en todas partes. 

Pero si algo ha elevado a cotas inéditas esa fatiga ha sido el bombardeo puramente patrio: propuestas de vivienda contradictorias, de ida y vuelta, con fanfarrias, muchos puntos comunes y ni un acuerdo; la deriva sin fin del fiscal general del Estado; el juicio de Errejón y Mouliá; Aldama; la toma de Telefónica con guillotinado de Pallete y encumbramiento del camarada y amic Murtra incluidos; los devaneos de Davos; el decreto ómnibus, trolebús o minibús lanzado como el enésimo obús a la línea de flotación de nuestra democracia representativa, secuestrada y puesta en manos del fugado por quien manda porque puede, pero no gobierna porque no puede…

En esta tesitura, podría resultar llamativo que el gobierno de Pedro Sánchez quiera contribuir a esta saturación de información a través de medios (y seudomedios) acelerando la concesión de un nuevo canal de televisión al Grupo Prisa a través de José Miguel Contreras, veterano del sector y en su día íntimo del presidente, que ya recibió, montó y vendió muy bien La Sexta.

Pero no. En realidad tiene mucho sentido.

Porque este movimiento, iniciado hace muchos meses, se une a los reajustes y nombramientos en el aparato de Comunicación de Moncloa y al impulso a la adjudicación de los llamados "fondos de digitalización" a medios afines.

Y, por supuesto, a la operación Telefónica. Preparación y despliegue de efectivos para un escenario de adelanto electoral irremediablemente próximo

En cuanto la Comisión Europeo lo apruebe, el Gobierno lanzará un concurso de una señal de TDT, para que se entregue en torno a mediados de año al Grupo Prisa.

Joseph Oughourlian.

Joseph Oughourlian. Europa Press

Pero el actual presidente de Prisa, el empresario franco armenio Joseph Oughourlian, se opone al extraordinario esfuerzo económico que supondría para un grupo con tan mala salud financiera. Sólo ha accedido a planteárselo si Contreras encuentra socio externo.

De modo que, con vistas a la galería, Prisa busca socios estratégicos que aporten capital y experiencia, tanto nacionales como internacionales, todavía sin saber (oficialmente) cuáles serán las fechas y las condiciones de ese concurso.

En realidad, lo que está sucediendo es que los accionistas afines a Moncloa (Global Alconaba, Adolfo Utor y Diego Prieto, que suman un 15%) quieren aumentar su participación para apartar a Oughourlian, que no sólo es presidente de Prisa, sino dueño de Amber Capital, principal accionista del grupo junto con Vivendi.

Si bien Contreras ha sostenido el control editorial favorable a la Moncloa como director de contenidos de Prisa Media, Oughourlian mantiene el control de la gestión de proyectos y nuevos negocios.

Para relevarlo, tienen que adquirir el 29% que tiene Amber (por valor de más de trescientos millones de euros) o reunir los apoyos necesarios para forzar su salida.

Para ello, como pasó con Cebrián en 2017, Santander voverá a ser esencial. Con un acuerdo beneficioso para el banco, Ana Patricia Botín no vería mal apoyar esa alianza y aumentar su influencia en esta nueva etapa.

Pero aún más operativo, estratégico y esencial sería, como en 2020 con Monzón, que interviniera Telefónica. 

Hagamos un poco de memoria para entender lo que está pasando.

En febrero de 2024, Telefónica se deshizo de todas las acciones que le quedaban de Prisa. Concluía así una intensa relación de diez años con el grupo editorial.

En 2014, César Alierta (con la CNMV mirando hacia otro lado) salvó al grupo, asfixiado por la deuda milmillonaria que conllevó la compra de Sogecable. La Caixa y el Banco Santander acudieron también al rescate y se quedaron con parte de las acciones.

La Caixa salió después, pero Santander se quedó con su paquete e hizo crecer su influencia tanto como para nombrar a Javier Monzón presidente de Prisa.

Pero Oughourlian llegó a la presidencia en 2020 gracias a Telefónica, y ahí se produjo el gran choque. Pallete entendió que tenía que salir de una pinza que no sólo lastraba a su compañía con importantes pérdidas, sino que lo situaba en una posición incómoda con el poder político. De modo que traspasó el grueso de su participación a un grupo de empresarios afines a la Moncloa

¿Y si la operadora volviera a ser accionista de referencia de Prisa? ¿Y si Murtra fuera el "socio externo" que financie 'la Séptima', ese Toro TV de izquierdas que Contreras tiene en mente? Debates, tertulianos e información editorializada a todas horas, con nombres sonoros de la galaxia afín prestados al efecto…

¿Cómo no ver el nexo con el reciente asalto a Telefónica? 

Qué fatiga.