Se llama DeepSeek y es una aplicación china que ha superado a las aplicaciones americanas de inteligencia artificial gracias a un inventor muy listo (chino, claro, de cuarenta y un años) que se las sabe todas. No en vano ha puesto en cabeza su propia inteligencia.

El chino se llama Liang Wenfeng y ha logrado dejar atrás a los americanos de Silicon Valley con un invento más económico.

Se veía venir. En cuestión de precios, los chinos nos dan sopas con honda. Tienen el éxito asegurado de por vida. Esta lumbrera llama la atención por su constante derroche de ideas, aunque su cabeza siempre está ordenada.

Liang Wenfeng, CEO de DeepSeek.

Liang Wenfeng, CEO de DeepSeek.

Es como si llevara un Einstein entre ceja y ceja.

Alguien debería decirle al señor Wenfeng que en España le ha salido un competidor. Un tal Íñigo Errejón, un medio chino de cara menuda, hechuras finas, ojos oblicuos y párpados ligeramente caídos. Se ha hecho famoso por sus escándalos.

Recientemente, Errejón acudió a la llamada del juez para contarle el relato de sus vergüenzas, que las tenía en abundancia. Y es que no hace mucho protagonizó un episodio guarrindongo con una actriz nativa y fue llamado al orden por la autoridad.

A la salida del juzgado, las chicas se contaban por decenas. Dicen que el público lanzaba cacahuetes.

Errejón, que no tenía suficientes ojos para devorar a todas sus admiradoras, corrió a cambiar de nombre y a partir de entonces quedó reducido a Jaimito.

Memoria de una semana pródiga en acontecimientos. Políticos, mayormente. Existe el político porque existe el periodista.

Recordemos por ejemplo los días de la Dana, con Pedro Sánchez corriendo hacia su coche oficial para meterse de cabeza en el maletero. Nunca se había visto algo igual a cargo del presidente del Gobierno, ese señor apuesto que viste en gama de azules y dice "señoras y señores", "diputados y diputadas". Él es así de original.

En la tribuna del Congreso no habla, sino que mitinea. Finalizada la sesión, desaparece moviendo los remos como si fuera un maniquí eléctrico y saluda a los diputados con pequeños gestos. Normal.

No sé qué pensará el presidente, pero no todos los diputados son igual de simpáticos. Yo me quedo con Gabriel Rufián, que lleva el sarcasmo a flor de piel.

El día de la Dana vimos a Sánchez dando zancadas en el barro para compararse a los reyes y admirar su serenidad. No es por nada, pero los reyes ni siquiera se inmutaron cuando les llovió el barro en la cabeza. Elegancia natural, se le llama a eso. Los reyes son los reyes y el poderío les corre por las venas.

Lejos del barro, en el Congreso, Sánchez hace de las suyas. Cotillea con María Jesús Montero, la aplaudidora oficial, y habla a media voz con Yolanda Díaz mientras Félix Bolaños cuenta que le gusta regalar corbatas con los símbolos de la Justicia.

Hay gente pa'tó.

Completan el banco azul Margarita Robles, Fernando Marlaska y veinte más, como el ministro de Cultura, Ernest Urtasun (con todos mis respetos: prefiero a Urtasun antes que a Sánchez, como de aquí a Lima).

Estos días, el presidente del Gobierno tiene trabajo. Puigdemont le ha puesto deberes. La prensa canalla dice que Sanchez se arrodilla ante él y que lo tiene bien atado, así que se muestra dispuesto a hacer lo que mande el de Waterloo. Y lo hace, sea lo que sea: los decretos del ómnibus, el palacio de París que tanto quiere el PNV, etcétera.

De recadera para semejantes trances, el prófugo ha designado a esa chica de ojos de pez que se llama Míriam Nogueras. Es un poco borde, la verdad. Como portavoz parlamentaria de Junts le conté hace poco diez formas de insultar a los socialistas: gandules, trileros, mentirosos, manipuladores, chantajistas, prepotentes, traidores, piratas... Fue cinco minutos antes de recuperar la sintonía con Sánchez.

Siempre en catalán con los morritos abiertos y soltando capellans ("perdigones") por la boca.