
Vladímir Putin, antes de su reunión con el bielorruso Alexander Lukashenko, en el Kremlin.
Por qué la Rusia de Putin es una amenaza existencial para Europa
La amenaza existencial es también el chantaje sin precedentes que representa la referencia obsesiva de Putin a una revisión de la doctrina nuclear del Kremlin.
Es algo extraño.
La mayoría de los jefes de Estado y de Gobierno han dicho que el abandono de Ucrania y una victoria final de Rusia supondrían una amenaza existencial para Europa.
Pero ¿se trata de nuestro incurable espíritu Maginot? ¿Nuestra trágica cultura muniquesa? ¿Es la tentación de arremeter contra Macron lo que nos está cegando y ensordeciendo? ¿El mayor peso relativo en comparación con otras naciones de las dos facciones, extrema derecha y extrema izquierda, del partido moscovita en París?

El presidente francés, Emmanuel Macron, durante una rueda de prensa en Bruselas.
Somos el único país en el que lo que parece evidente en Polonia, Alemania, los países bálticos, el Reino Unido y otros lugares se está debatiendo furiosamente; somos el único país en el que oímos noche y mañana "nos están alimentando con una sarta de tonterías, nos están azuzando los miedos, nos están manipulando".
Urge, pues, poner los puntos sobre las íes.
Los que hablan (con el presidente Macron a la cabeza) de la amenaza existencial que representa Rusia no hacen más que tomar nota de lo que dice el propio Vladímir Putin.
Su aversión por Europa.
Su deseo, tantas veces manifestado, de convertir la parte central y oriental de Europa en una zona de influencia, en el mejor de los casos; en un glacís controlado por el Kremlin, en el peor.
Su manera, cuando exige la neutralización de Ucrania, de decirnos: "no depende de ti, sino de mí, Putin, decidir quiénes pueden ser tus aliados, quiénes no deben serlo y cuáles son los límites de ese ejercicio de soberanía que es la determinación, por parte de una nación, de sus alianzas".
El 30 de septiembre de 2022, la noche de la "anexión" de las regiones de Zaporijjia, Kherson, Luhansk y Donetsk, Aleksandr Dugin dijo que se trataba de "una declaración de guerra a Occidente".
O las palabras de Putin cuando, el 27 de octubre de 2022, en el Club Valdai, anunció que "estamos en un momento histórico", que el planeta se encontraba en una "situación revolucionaria" y que el asalto a Ucrania formaba parte de este "cambio tectónico de todo el orden mundial".
La amenaza existencial es también el chantaje sin precedentes que representa la referencia repetida y obsesiva a una revisión de la doctrina nuclear del Kremlin.
El 13 de enero de 2022 (Le Point nº 2579), más de un mes antes de la invasión masiva de Ucrania, publiqué un Bloc de notes en el que citaba al viceministro ruso de Asuntos Exteriores, Alexander Grushko, que veía "el continente" convertido en "el teatro de una confrontación militar" con una Rusia hipernuclearizada; al presidente del Comité de Defensa de la Duma, Andrei Kartapolov, que nos amenazaba con "un ataque preventivo" del tipo con el que Israel amenaza a Irán; o a un medio de comunicación cercano al régimen, Svobodnaya Pressa, que afirmaba que si la OTAN se ampliara para incluir a Ucrania, Rusia "enterraría Europa en treinta minutos".
En aquel momento, desconocía las palabras de Sergei Karaganov, jefe del Consejo de Política Exterior y de Defensa, recogidas hace unos días en Le Monde por el historiador Karl Schlögel, en las que pedía que se "rompiera la columna vertebral" de Europa.
Romper la columna vertebral...
¿Quiénes son los patriotas? ¿Los que se toman en serio este tipo de discursos? ¿O los que, cuando no se ponen directamente del lado del enemigo, optan por ignorarlos?
Los avestruces objetan que Francia sólo tiene un enemigo y que es el islamismo radical.
Olvidan que todo está relacionado.
Olvidan que Rusia fue uno de los pocos países importantes que estuvo informado de antemano de los preparativos del 7 de octubre y que recibió, acogió y celebró después a sus autores.
Olvidan que, el martes 11 de marzo, Rusia debía realizar maniobras militares conjuntas frente a las costas iraníes con la Guardia Revolucionaria. Es decir, con el Estado patrocinador de Hamás y Hezbolá.
Y olvidan el discurso de Putin en el Club Valdai el 18 de octubre de 2018, cuando hizo una admisión verdaderamente asombrosa: en caso de guerra nuclear, los rusos serían "mártires" e "irían al "cielo", pero sus adversarios irían al "infierno" sin "posibilidad de arrepentimiento".
El aliado de Hamás e Irán habló como un yihadista.
A los mismos avestruces que objetan que este ejército ruso, presentado como formidable, no ha sido capaz de derrotar a Ucrania durante tres años, se les puede dar la vuelta al argumento.
Si Putin está dando largas al asunto es porque se enfrenta a un ejército que, a base de penurias y sacrificios, se ha convertido en el más aguerrido del continente.
Es este ejército ucraniano el que nos protege.
Es este ejército el que, durante los últimos tres años, se ha erigido en baluarte contra el enemigo común. ¿Trump y los suyos exigen que Zelenski les "agradezca", en un tono de voz cada vez más dudoso, la ayuda que le han prestado?
Deberíamos ser nosotros quienes le diéramos las gracias por existir.
Deberíamos darle las gracias por contener a nuestro enemigo.
Y no es menos nuestro interés que nuestro honor redoblar nuestros esfuerzos, liderados por Francia, para evitar que la heroica Ucrania sea finalmente derrotada por la diabólica pareja que parecen formar ahora Trump y Putin.
Sí, la capitulación sería un peligro existencial para Europa y Francia.