
Manifestaciones contra Tesla en Estados Unidos.
Queman Teslas, pero arden ellos
Es más fácil prender fuego a un coche que asumir que uno ha sido un gilipollas.
Arden los coches marca Tesla. Arden los concesionarios que amparan los vehículos de la compañía de Elon Musk. Arden las estaciones de carga contra las que los activistas lanzan cocteles molotov.
Arden por el resentimiento de individuos que quieren descargar su frustración contra el Gobierno de los Estados Unidos quemando infraestructura, vandalizando propiedad privada y poniendo en riesgo su vida y la de cualquier inocente al que le pille de paso.
Pero ¿por qué están cabreados exactamente? Porque el idilio del progresismo con Tesla se ha terminado.
Trump’s statement on the terrorists attacking Teslas: pic.twitter.com/NEwYgOxlFP
— Libs of TikTok (@libsoftiktok) March 21, 2025
Hasta hace nada, los Tesla eran la manifestación de una conciencia ecologista. El símbolo del futuro eléctrico que nos iba a rescatar del apocalipsis medioambiental. El epítome de lo que la tecnología puesta al servicio de la utopía progresista podía conseguir.
Y ahora resulta que Elon Musk quiere ser el mejor amigo de Donald Trump. Así que los que compraron la falsa promesa de que la redención vendría de la mano de un vehículo sostenible se sienten traicionados.
Arde el coche eléctrico por la mano de quien depositó en él en todas sus esperanzas.
Lo que les pasa a los manifestantes con gusto por la piromanía es que se sienten despechados. Queman coches como el que quema las fotos de un ex que te ha engañado. Vandalizan concesionarios como quien le roba los bolis al compañero de trabajo al que no soporta.
Podría ser visto como un gesto inofensivo de venganza. Una satisfacción moralmente reprobable, pero políticamente comprensible. La indignación política tiene estas cosas, podríamos pensar.
Pero lo que realmente me viene a la mente es aquella frase de Alejandro Dumas: "el orgullo de quienes no pueden edificar es destruir".

Elon Musk y Donald Trump delante de la Casa Blanca con un Tesla. Reuters
Aquí lo peligroso es que a los que queman los Tesla les gustaría, en realidad, quemar a Elon Musk. Lo que me recuerda que todos queremos pensar que nos vamos civilizando, pero para hacer la revolución apostamos por una buena hoguera medieval.
Qué falta de imaginación.
¿De quién será la culpa cuando muera alguien por culpa de un cóctel molotov mal lanzado o de un incendio que se descontrole? Será de Musk, dirán, por provocar. Será de los que no vendieron su Tesla, dirán, por no plegarse a los deseos de quien cree que sus reivindicaciones ideologizadas están salvando el mundo.
El coche eléctrico que arde en la hoguera construida por los mismos que una vez lo idolatraron es el símbolo perfecto de una generación que confunde conciencia política con sectarismo. La que llama activismo a ejercer la violencia contra el que piensa distinto. La que quema sus propios fetiches cuando estos ya no están a la altura de su distorsionada visión de la realidad.
El Tesla vandalizado es el símbolo del profeta caído en desgracia. Es lo que ocurre cuando se tiene miedo a la libertad y se busca a alguien que canalice las angustias existenciales.
O un mesías o un satanás. Alguien a quien adorar o alguien a quien ver arder.
Es más fácil prender fuego a un coche que asumir que uno ha sido un gilipollas.