Mariano Rajoy deberá esperar al sábado para sumar los votos necesarios que lo conviertan en presidente del Gobierno por segunda vez. Pero aunque el líder del PP obtendrá entonces el apoyo de la mayoría de la Cámara, el debate de investidura de este jueves ha dejado a las claras las graves dificultades que encontrará a la hora de gobernar.
Si Rajoy pretende, como anunció, completar los cuatro años de legislatura, va a tener que demostrar una gran cintura. Por lo visto en el Congreso, el único apoyo con el que cuenta es el de Ciudadanos, y está supeditado a una lista de reformas muy concretas. De nada le sirvió a Rajoy "exigir" al PSOE su implicación en la gobernabilidad y reclamarle "la misma responsabilidad de hoy" en el futuro, empezando por los Presupuestos.
El portavoz socialista, Antonio Hernando, defendió con dignidad la abstención en segunda votación, aclarando que se trata de un hecho puntual para evitar las terceras elecciones, subrayando sus diferencias con el PP y mostrando sus escasas simpatías hacia Rajoy: "No nos gusta como presidente... No tiene nuestra confianza ni nuestro apoyo", manifestó.
División en el PSOE
Sin embargo, sus palabras quedaron apagadas por la insólita imagen de división que ofrecía la bancada socialista, con la mitad aplaudiendo y, la otra -la de los partidarios del no, con Pedro Sánchez a la cabeza- sin mover un músculo.
De esa circunstancia pretendió sacar tajada Pablo Iglesias con un discurso incendiario y un tono impropio de lo que cabe esperar de un Parlamento, a donde -como su propio nombre indica- se va a hablar y a argumentar, no a gritar y a lanzar consignas. El líder de Podemos quiso que tras la jornada calase un mensaje en la opinión pública: que a partir de ahora él, y sólo él, encarna la oposición.
Ahora bien, podría ocurrir que, como ya ocurrió en el fracasado debate de investidura de Sánchez, se haya pasado de frenada ante parte de sus propios votantes. Si entonces llamó a los dirigentes del PP "hijos políticos del totalitarismo" y acusó a los socialistas de estar "manchados de cal viva", en esta ocasión ha asegurado que en la Cámara "hay más delincuentes potenciales" que entre quienes protestan en la calle, por lo que fue llamado al orden.
Piel fina de Iglesias
Iglesias terminó su actuación -es el término que mejor se ajusta para definir su comportamiento de este jueves en el hemiciclo- ordenando a su grupo abandonar los escaños en protesta por una palabras de Rafael Hernando. El portavoz del PP le acusó al final del debate de "ponerse al servicio de los dictadores". Contrasta la fiereza de Iglesias en el uso de la palabra con una piel tan fina a la hora de encajar el verbo de los adversarios.
La intervención más constructiva fue la de Albert Rivera, que se convierte, a día de hoy, en el único socio fiable de Rajoy; eso sí, en tanto en cuanto el Gobierno avance en las 150 medidas pactadas. "Si usted no cumple, esto durará poco", advirtió al líder del PP.
Así pues, Rajoy queda en la práctica como rehén de Ciudadanos y a expensas de demostrar la habilidad suficiente para ampliar sus apoyos. El sábado será coronado, pero arrancará su mandato como un rey sin reino; lo normal en democracia cuando se está tan lejos de la mayoría absoluta.