Aunque una mayoría habrá respirado aliviada al ver que no tendrá que votar en diciembre por tercera vez en un año, la recuperación de la normalidad política no puede esconder una sensación general de fracaso. De hecho, aunque muchos españoles se fueran a la cama este sábado con la tranquilidad de haber asistido al punto final del bloqueo institucional, a medida que avance el domingo es posible que se sientan legítimamente frustrados.
Y es que para este viaje -la sucesión de Rajoy por Rajoy en el último momento, sólo dos días antes de que se agotara el plazo para desembocar forzosamente en nuevas elecciones y en un sábado en mitad de un puente- no hacían falta tantas alforjas. La realidad es que en un periodo clave, con el país tratando de retomar el pulso tras una crisis económica brutal y con el desafío independentista amenazando con destruir el Estado, cumplimos hoy 315 días con un Gobierno en funciones.
Otra solución
Creemos que después de todo eso, España podía aspirar a una solución más imaginativa y mejor, pero la realidad es que hemos vuelto al punto de partida. El 21 de diciembre de 2015 ya dijimos que lo que más convenía a España era un gran pacto entre PP, PSOE y Ciudadanos con un presidente de consenso.
La fórmula tenía dos virtudes fundamentales: por un lado, permitía consolidar una mayoría sólida de las fuerzas constitucionalistas, capaz de hacer frente con solvencia a los problemas y, por tanto, idónea para transmitir seguridad, confianza y estabilidad; por otro, permitía ofrecer una imagen de ilusión y de cambio como carta de presentación para un verdadero impulso regeneracionista.
Casilla de salida
Descartado ese acuerdo por los dos grandes partidos, y toda vez que Rajoy rehusó presentarse a la investidura, existió la posibilidad de que se concretara una alternativa reformista encabezada por el PSOE y Ciudadanos, pero fue abortada por Pablo Iglesias. Suya es la responsabilidad de que hoy la ficha haya vuelto a la casilla de salida.
Tras las nuevas elecciones y el fracaso del primer intento parlamentario de Rajoy, llegó el empecinamiento de Pedro Sánchez en el "no es no", que impidió que el PP tuviera que plantearse la necesidad de presentar un candidato alternativo para poder mantenerse en el Gobierno. A la vista está el calamitoso resultado que esa estrategia ha tenido para el PSOE, y que ha dado pie a que en la sesión de investidura todos los grupos de izquierda se lanzaran como buitres sobre la bancada socialista.
El episodio deja dos imágenes para la historia del Parlamento: el mezquino aplauso de Pablo Iglesias y sus diputados a la intervención del portavoz de Bildu y el respaldo de las bancadas del PSOE, del PP y de Ciudadanos, puestas en en pie, a Antonio Hernando por recordarle al portavoz de Esquerra Republicana, Rufián, que para que él pueda hablar hoy en la Cámara los socialistas han vertido "sangre, sudor y lágrimas".
Reto de Rajoy
La experiencia vivida este último año debería servir, cuando menos, para revisar el artículo 99 de la Constitución, de forma que en la segunda votación de investidura sólo cupieran el voto afirmativo o la abstención, como ya contemplan los Estatutos vasco y asturiano. Eso nos hubiera ahorrado todo este tiempo de provisionalidad e incertidumbre.
Al asumir de nuevo el Gobierno, Rajoy contrae una gran responsabilidad. No habrá de pasar mucho tiempo para comprobar si el líder del PP es capaz de romper con la imagen de anquilosamiento, de corrupción y de prepotencia con la que acabó la pasada legislatura, cuando disfrutó de mayoría absoluta.
Difícil panorama
El panorama es complicado, con un PSOE inmerso en una crisis aguda y poco menos que en fase de refundación, y con una izquierda radical agresiva y exaltada en sintonía con movilizaciones callejeras como la que rodeó este sábado el Congreso a una razonable distancia.
Rajoy sólo cuenta, hoy por hoy, con el apoyo fiable de Ciudadanos, y condicionado a que cumpla sus compromisos. La política, que ha demostrado haber fracasado una y otra vez en los últimos diez meses, le da una última oportunidad. Ahora bien, mal empieza al anunciar que no dará a conocer la composición de su nuevo Gobierno hasta el próximo jueves. ¿Pero no decía que era urgente ponerse a trabajar? ¿Acaso no ha tenido tiempo para pensar los nombres?