La consternación y el nerviosismo inicial por la victoria de Trump han ido dando paso a un clima de tensión contenida, tanto en Estados Unidos como en la comunidad internacional. Las Bolsas, que en principio acogieron con pánico la coronación del excéntrico republicano, fueron estabilizándose a medida que pasaban las horas.
Dos causas explican esa recuperación momentánea de la normalidad. Por un lado, los discursos de los candidatos. Trump estuvo conciliador, no fue nada estridente e hizo llamamientos a la unidad; lo opuesto a su actitud durante la campaña. Hillary Clinton, por su parte, aceptó con elegancia la derrota y pidió que al próximo presidente se le dé la oportunidad de gobernar.
Toca esperar
La segunda razón que ha venido a contener el susto inicial es la obligada cautela. Nadie está por lanzar la primera piedra contra quien va a convertirse en el hombre más poderoso del planeta antes siquiera de que empiece a gobernar. Entramos por tanto en un compás de espera.
Trump ha sido muy poco concreto en sus planes: apenas tres medidas a nivel interno -bajada de impuestos, más inversión en infraestructuras para crear millones de puestos de trabajo y más gasto militar- y generalidades a escala internacional. La Comisión Europea, escaldada ya con el brexit, le ha invitado formalmente a una cumbre para buscar puntos de encuentro. Es un buen paso. Además, tanto Hollande como Merkel, han hecho bien en poner condiciones a esa colaboración, aunque sea de forma testimonial: piden que se respeten las reglas de juego de la sociedad democrática.
Fractura interna
Más enrarecido queda el ambiente en los propios Estados Unidos. Serán difíciles de olvidar para millones de ciudadanos las palabras de Trump contra los inmigrantes, contra los musulmanes y contra las mujeres. Y queda la guerra larvada entre el nuevo presidente y los medios de comunicación. La reconciliación dependerá de cuáles sean las decisiones del nuevo presidente, pero lo cierto es que este miércoles muchos norteamericanos se han sentido avergonzados por el resultado electoral.
No cabe otra que esperar a comprobar hasta qué punto el sillón presidencial es capaz de moderar a Trump. Tampoco se puede ser muy optimista, pues han sido el extremismo y la polarización los que le han llevado precisamente a la Casa Blanca. Al mundo le toca tragarse este sapo con la mayor dignidad posible. Eso sí, el bocado se antoja tan amargo que cualquier alegría, por pequeña que sea, se recibirá con regocijo.