La cifra que hoy ofrece EL ESPAÑOL sobre la participación de las bases del PP en el proceso previo al primer congreso que celebrará esta formación en cinco años debería causar sonrojo a sus dirigentes. En Madrid, santo y seña del partido de Rajoy en España, comunidad autónoma en la que gobierna, han votado a sus compromisarios menos de un millar de afiliados de un total de 97.000. La situación es extrapolable al resto de comunidades.
¿Qué diría la opinión pública si en unas elecciones municipales, autonómicas o nacionales votara menos del 1% del censo? ¿Puede permitirse el primer partido del país vivir en este estado catatónico? Su portavoz en el Congreso, Rafael Hernando, aseguraba hace unos días que el PP "funciona de forma democrática hace mucho". A la vista de los datos, será la democracia espectral y muda.
Basta comprobar, además, qué respuesta se da a los intentos de renovación y apertura para hacerse una idea de cuál es el espíritu reformista de la dirección. A la iniciativa de la presidenta madrileña, Cristina Cifuentes, de enmendar la ponencia de Estatutos para que se elija al líder del PP en primarias, ha respondido Martínez-Maillo que no ha lugar porque "la posición mayoritaria" es otra.
Un cementerio
A tenor de la participación de los afiliados, bien puede decirse que el PP, más que una balsa de aceite es un auténtico cementerio. Y está claro que a Rajoy le interesa este statu quo: en tales circunstancias no tiene necesidad de explicar por qué se opone a las primarias o a la limitación de mandatos, o por qué el partido no asume un compromiso más valiente contra la corrupción.
Como bien explica hoy Guillermo Gortázar en nuestra Tribuna, lo que va a celebrarse dentro de un mes no es el congreso del PP, sino "el congreso del aparato del PP". El problema es que un partido sin debate, un partido que es un ejemplo de baja calidad democrática, difícilmente podrá proponer para el conjunto de la ciudadanía un proyecto atractivo de modernización y de ilusión.