La inestabilidad que vive la banca española ha llevado a las entidades a buscar un punto de apoyo en las comisiones que cobran a los clientes. Tal y como hoy publica EL ESPAÑOL, los bancos se embolsan cada día 26 millones de euros en este concepto y su previsión es ir ampliando esos ingresos.
Sería demagógico y faltar a la verdad sostener que tales cobros son improcedentes o arbitrarios. La mayoría responden a servicios reales y es lógico que haya que satisfacer un pago por ellos. Otra cosa es que, en ocasiones, el coste pueda resultar abusivo o que el cobro se realice con falta de transparencia, como vienen denunciando las asociaciones de consumidores.
Aunque los bancos siguen presentando beneficios, sus cuentas de resultados están empeorando. Su principal negocio, la recaudación de intereses por la concesión de créditos, se ha jibarizado con el estancamiento de la economía. Si a ello añadimos los últimos varapalos de la Justicia -casos como el de las cláusulas suelo o las preferentes- y los planes de reconversión hacia la banca digital, podremos entender el vértigo que vive el sector.
¿A pagar más?
Ante ese panorama, las entidades han decidido recortar gastos -de ahí el cierre de oficinas y la reducción de personal- y generar ingresos, y en este punto se plantea el aumento de comisiones y el incremento de su cuantía. Pero esa estrategia empresarial va a chocar seguramente con la oposición de unos ciudadanos hartos de que recaiga sobre sus espaldas todo el peso de la crisis.
Los españoles, amén de otros muchos sacrificios, han tenido que rescatar a las cajas. Ahora se les pide que, como clientes, paguen más por hacer una transferencia o ingresar un cheque, y todo para que los bancos puedan equilibrar sus balances. Las entidades deberán ser prudentes, no sea que de tanto tirar de la cuerda acabe por romperse.