El Comité Olímpico Internacional (COI) encaja su enésimo escándalo sumido en una crisis sin precedentes por la corrupción de sus miembros, por su indolencia en la lucha contra el dopaje ruso y por la desconfianza generalizada que despierta.
El diario Le Monde ha revelado que la Justicia francesa tiene pruebas de que, tres días antes de que Río de Janeiro fuera elegida sede de los últimos Juegos, un magnate entregó 1,5 millones de euros al hijo del presidente de la Asociación Internacional de Atletismo y miembro del COI, Papa Massata Diack. También el responsable de la comisión de evaluación de las candidaturas, Frankie Frédericks, todavía en activo, fue sobornado con 300.000 euros.
Corrupción extendida
A estas alturas existen tan pocas dudas de que Brasil le robó los Juegos a Madrid, como de que el COI está corrompido hasta la médula. Y lo peor es que, sin decisiones expeditivas, sin dimisiones y ceses, sin una reformulación del funcionamiento y de los mecanismos de control y fiscalización de este organismo, el olimpismo no podrá escapar de la agonía que ahora le atenaza.
De su declive como fenómeno mundial da cuenta la ausencia de candidaturas a las citas posteriores a Tokio 2020. De seis ciudades aspirantes, cuatro -Boston, Hamburgo, Roma y Budapest- ya han abandonado, lo que reduce la tradicional pugna internacional entre aspirantes a un reparto entre París y Londres. El COI pretende resolver la pugna adjudicando en un mismo acto a ambas capitales europeas las ediciones de 2024 y 2028, lo que parece más un intento desesperado por atar los Juegos futuros que por resolver el problema.
Los principios olímpicos
El desinterés por los Juegos es la consecuencia directa del comportamiento deplorable de un organismo que está en las antípodas del primer principio de la Carta Olímpica: “Crear un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo y el respeto por los principios éticos fundamentales universales”.
También han influido su desidia a la hora de combatir el sistema institucionalizado de dopaje entre los atletas rusos y el pobre legado de infraestructuras de la cita brasileña. Si en lugar de asumir sus errores y hacer los deberes para recuperar su viejo esplendor sigue haciendo la vista gorda, el COI acabará siendo un organismo tan desprestigiado como la FIFA.