Cada operación salida, la Dirección General de Tráfico pone todo de su parte para garantizar al máximo la seguridad vial, ayudar a ciudadanos en apuros y sancionar comportamientos que pueden entrañar peligro para los conductores o poner en riesgo a terceros. En esta tarea, el uso de tecnología punta con fines informativos, disuasorios y punitivos juega cada vez un papel más importante.
En 2003 hubo casi 4.000 muertos en carretera. El Gobierno trató de reducir por todos los medios esta cifra. Durante trece años seguidos los accidentes de tráfico se redujeron de forma constante y progresiva. En 2016, sin embargo, esta tendencia se quebró con 1.160 muertos, un repunte del 2% respecto del año anterior que ha disparado las alarmas.
Doce helicópteros
Entre las 15:00 horas de este miércoles y las 00.00 del próximo lunes se producirán casi 15 millones de desplazamientos en España con motivo de la Semana Santa. A los 500 radares fijos y 300 móviles que controlarán el tráfico rodado hay que sumar el servicio crucial que prestarán los doce helicópteros Pegasus que la Guardia Civil utiliza para supervisar el Scalextric de asfalto. EL ESPAÑOL ha volado en una de estas aeronaves para conocer el sistema de trabajo del ojo que todo lo ve.
El problema se produce cuando el derecho a la privacidad de los conductores se somete al escrutinio de cámaras capaces de grabar hasta las matrículas desde la altura. La eficiencia en el control de la seguridad del tráfico depende cada vez más del uso de tecnología y cámaras de precisión a cuyo escrutinio nada escapa.
Droga al volante
Los testimonios y grabaciones de los agentes demuestran que el gran hermano de la DGT todo lo ve y registra: pasajeros y conductores, sin cinturón, niños desprotegidos, mascotas sueltas, gente hablando por teléfono, afeitándose, consumiendo alcohol, esnifando droga o incluso practicando sexo.
Los comportamientos más irresponsables de una minoría de conductores ponen en riesgo al resto. Sin embargo, no siempre los protagonizan quienes conducen y todos los ciudadanos tienen asumido que lo que sucede en su vehículo, un espacio en el que se desarrollan relaciones personales y familiares íntimas, pertenece a su privacidad. Los agentes mantienen protocolos estrictos y destruyen las grabaciones de pasajeros sorprendidos en actitudes chocantes si no constituyen una infracción, pero la controversia está servida porque en su trabajo diario se producen fricciones y colisiones con el derecho básico a la privacidad. El control exhaustivo de los conductores en situaciones de especial riesgo, como es una operación salida, parece en cualquier caso tan inevitable, a medida que la técnica progresa, como conveniente.