El acuerdo unánime alcanzado el sábado por los Veintisiete acerca de cómo afrontar el brexit es una buena noticia. La desconexión y la futura relación bilateral con Reino Unido habrán de tratarse de forma separada y por ese orden. Las palabras con que el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, recibó ese consenso -"es un buen presagio para las negociaciones"- y la respuesta con cajas destempladas de la primera ministra británica, Theresa May -"mejor que no haya acuerdo a un acuerdo malo"-, son harto elocuentes.
Si May pretendía utilizar su firmeza ante Bruselas como reclamo electoral para unos comicios que ha anticipado a junio, el rechazo de la UE a escuchar sus exigencias puede pasarle factura. De hecho, hay sondeos que apuntan un significativo recorte de la distancia con que los conservadores partían sobre los laboristas.
Plazos y condiciones
Cuando uno decide marcharse de un club está en su derecho a llevarse sus pertenencias, pero resultaría presuntuoso por su parte tratar de imponer los plazos y las condiciones al resto de socios. Sin embargo eso es lo que intenta hacer Theresa May, de ahí que haya sido tan oportuna la respuesta en bloque de la UE. Ya lo avisó Angela Merkel la semana pasada: que en Londres no se hagan "ilusiones".
El brexit es un error de los británicos que pagaremos todos, empezando por los 4,5 millones que suman los europeos que viven en Reino Unido y los británicos que viven en el continente, pero lo que no pueden pretender los causantes del trances es endosar a los otros la factura.
Marcar el terreno
Reino Unido tiene el suficiente peso como para forzar una negociación con Bruselas que contemple adecuadamente sus intereses, y es cierto también que a la UE tampoco le conviene un divorcio por las malas. Sin embargo, después de que Londres amenazara con consecuencias en materia de seguridad y en derechos de los europeos residentes en su país, había que marcar el terreno. Al hacerlo, la UE sienta las bases para que el resultado final sea lo más justo posible.