Las investigaciones de corrupción política en España indican no sólo la existencia de una mecánica estandarizada para el desvío de dinero público, sino también el uso sistemático de lenguajes en clave por parte de los implicados. Por eso no es de extrañar que los cuerpos de seguridad reparen en el empleo de argots para determinar si los protagonistas de tal o cual trama actúan como “organizaciones criminales”.
Los casos Pujol, Palau y Tres per cent en Cataluña; Taula o Emarsa en Valencia; y Gürtel, Púnica y Lezo en Madrid -por citar algunos hits del saqueo nacional- prueban que, en lo que atañe a las prácticas delictivas vinculadas a la política, no existen los hechos diferenciales. Muy al contrario, el patrón se repite a lo largo y ancho de la geografía nacional con vergonzosa exactitud. Cargos públicos y empresarios se ponen de acuerdo para manipular adjudicaciones de contratos a cambio de una comisión fijada habitualmente en el 3% que luego engorda tanto las cuentas en paraísos fiscales como a las cajas B de las formaciones en el poder.
Fórmulas repetidas
Mientras los políticos implicados y sus familias se enriquecen y crean sofisticadas tramas societarias para ocultar y blanquear su botín, los partidos se financian irregularmente para seguir ganando elecciones que garanticen la perpetuación del engranaje. Si las fórmulas y mecanismos de la corrupción escandalizan por repetirse, el uso de jergas para dificultar la labor de jueces e investigadores sorprende por su desvergüenza.
No existen reglas al respecto, pero parece que cuanta mayor es la sensación de impunidad y más abultado el latrocinio, más descarados son los creadores y usuarios del lenguaje de la corrupción. El caso de la que durante más de dos décadas fue primera dama de Cataluña, Marta Ferrusola, es admirable.
La madre Ferrusola
La UDEF ha intervenido una nota manuscrita de 1995, a través de la cual la mujer de Jordi Pujol ordenaba a su banco andorrano la transferencia de dos millones de pesetas de su cuenta la de su primogénito, ciertamente extravagante: a su gestor lo llama “reverendo mosén”, a Jordi júnior se refiere como “el capellán de la parroquia”, a los millones “misales”, a su cuenta “biblioteca” y se presenta a sí misma como “la madre superiora de la congregación”. Tratándose de una mujer de profundas creencias religiosas resulta doblemente hiriente.
El gerente de Esperanza Aguirre, Beltrán Gutiérrez, y uno de sus compinches en la trama de financiación del PP madrileño, también se valían en 2007 de un lenguaje secreto. Las conversaciones de Whatsapp a las que ha tenido acceso EL ESPAÑOL no tienen desperdicio. El “cántaro” sería la caja B; la “lluvia”, las comisiones; el "rumor del agua", la llegada de dinero; y la “sed”, la necesidad de liquidez para pagar a proveedores. Se trata de metáforas menos elaboradas, menos pías, pero indiciarias de una semántica delictiva. El uso de estos códigos es la mejor prueba de la genuina españolidad de Marta Ferrusola.