La expectación que ha generado el primer viaje de Estado de los reyes a Reino Unido estaba justificada. Hacía tres décadas que un monarca español no pisaba suelo británico de manera oficial; Felipe VI es el primer mandatario europeo en visitar el país tras el referéndum del brexit; existen antiquísimos vínculos entre ambas casas reales; hay evidentemente muchos intereses comunes y persiste -como telón de fondo- el problema de la soberanía de Gibraltar.
Era previsible que la pompa de una monarquía tan añeja como la británica se explayase con motivo del encuentro entre Isabel II, el duque de Edimburgo, su familia y los reyes de España. No cabe duda de que las imágenes de tan esperado viaje han hecho las delicias de los cronistas de sociedad. Felipe VI y la reina Letizia han sido recibidos con salvas de cañón, se han paseado en calesa aclamados por la multitud, han intercambiado regalos; y se han dedicado llamativas muestras de afecto pese al rígido protocolo británico. Además, Letizia ha seducido a la corte del Reino Unido con su estilo: su tocado ha brillado con luz propia.
Situación dramática
Sin embargo, sin menoscabo de su indudable contribución colorista, cabe preguntarse sobre la verdadera trascendencia de este viaje de Estado. Y no tanto por la correcta intervención de Felipe VI ante el Parlamento de Westminster, como por la dramática situación que atraviesa la relación entre ambos países con Reino Unido a la fuga de Europa.
En una situación normal, las referencias a Gibraltar de Felipe VI, sus emplazamientos a “superar diferencias” y su confianza en que “el esfuerzo de nuestros Gobiernos conseguirá avanzar en la búsqueda de fórmulas satisfactorias" habrían resultado muy estimulantes. Sin embargo, una situación tan extraordinaria y disparatada como la actual sólo puede hacer palidecer el balance definitivo de esta visita, que concluirá el viernes.
Complicidad real
Los reyes de España y la Familia Real Británica han escenificado complicidad para lanzar un mensaje a la opinión pública ante las muchas incertidumbres que genera el brexit. En Reino Unido viven casi 300.000 españoles, el turismo británico es crucial para nuestra economía, hay 261 empresas españolas radicadas en el país vecino y nadie sabe cómo va a afectar a todos estos intereses la negociación emprendida entre Londres y la UE para culminar su divorcio.
El ministro de Exteriores británico, Boris Johnson, ha tildado de “extorsión” la factura de 100.000 millones de euros que le exige Bruselas y ha pedido a literalmente a sus vecinos que se vayan “a tomar viento fresco”. Con este escenario de por medio, los esfuerzos de Felipe VI por tender un puente de oropel y estrechar lazos, pueden caer en saco roto. Con la paradoja añadida de que, en lo que refiere a Gibraltar, precisamente la lógica preocupación de los llanitos ante el brexit es la mejor baza de España.