Puigdemont parece empeñado en agrandar la fosa de descrédito personal que comenzó a cavar hace tiempo. Si lo que pretendió alguna vez fue pasar a la historia como el presidente de la Generalitat que declaró la República catalana en el siglo XXI, su sueño está condenado al fracaso.
Es difícil imaginar menos dignidad en la actuación de un dirigente político. A Puigdemont le tembló el pulso en la primera ocasión, el 10 de octubre, cuando declaró la independencia y la suspendió al instante. Volvió a echarse atrás la semana pasada: estuvo a punto de convocar elecciones, pero rectificó después de no haber obtenido garantías de impunidad que ningún Estado de derecho está en condiciones de ofrecer.
Busca refugio junto a los etarras
El esperpento siguió el sábado, con la emisión de un vídeo grabado -no se sabe cuándo- en la sede de la Generalitat en Gerona. El mensaje no decía absolutamente nada, pese a que en círculos independentistas se esperaba un gran anuncio. El domingo estuvo desaparecido y este lunes, tras tuitear una foto tomada en el Palau de la Generalitat, dando a entender que se resistía a abandonar su despacho, se supo que había huido a Bélgica.
El episodio podría inspirar perfectamente a Francisco Ibáñez para una de sus historietas de Mortadelo y Filemón si no fuera porque el remate es lamentable y retrata la verdadera cara del separatismo catalán. Puigdemont se fue a Bélgica a pedir auxilio a Paul Bekaert, el abogado que durante años ha defendido a los fugitivos etarras. Cómo no ver detrás la alargada sombra de Otegi, a quien los independentistas catalanes dedican tantas muestras de afecto.
Huye dejando a los Jordis
Bekaert ha sostenido una y otra vez que los criminales de ETA son presos políticos y que en las cárceles españolas se tortura. A estas alturas nada hacer descartar que Puigdemont pueda tratar de solicitar asilo en Bélgica con los mismos argumentos.
Era lo último que le faltaba a Puigdemont, que en su huida ni siquiera le ha importado dejar atrás, entre rejas, a los presidentes de Òmnium y la ANC -los Jordis-, sus grandes colaboradores. Acaso pretenda ahora poner la guinda a su patriótica carrera evitando dar la cara y esquivando su responsabilidad.