Este sábado Soraya Sáenz de Santamaría ha pedido el voto para el PP en un mitin en Gerona aduciendo que Rajoy ha descabezado a ERC y Junts per Catalunya mediante el 155. Y los partidos aludidos han reaccionado dándole literalmente las “gracias” por admitir que en España “no hay separación de poderes” y llevándola a la Fiscalía por “prevaricación”.
La tesis de la vicepresidenta sería sólo una frívola boutade de no ser también una irresponsabilidad, en la medida en que da pábulo a las falacias y el victimismo de los partidos secesionistas, que ahora tratan de estirar absurdamente la polémica en los tribunales para movilizar a sus votantes.
España, como Kenia
La entrevista que hoy publicamos con la directora de campaña de Carles Puigdemont, Elsa Artadi, en la que aprovecha la torpeza de Sáenz de Santamaría para comparar el sistema judicial español con el de Kenia, es ilustrativa de hasta qué punto le viene bien al separatismo la ayuda de la vicepresidenta en la recta final de la campaña.
Por presumir, la número dos de Rajoy se apropia del trabajo de los jueces Pablo Llarena y Carmen Lamela pese a que su actuación en cuanto atañe a la crisis catalana está en las antípodas de la firmeza demostrada por los magistrados en defensa del Estado de Derecho.
155 timorato y fugaz
La vicepresidenta permaneció como mera observadora ante los preparativos del 1-O, que luego el Gobierno trató de impedir con cargas policiales indiscriminadas y estúpidas. Luego, la respuesta política al desafío fue la aplicación timorata y fugaz del 155. En lugar de aguardar a que los máximos responsables del golpe respondieran ante la Justicia por sus delitos, y aprovechar para desmantelar la red clientelar del secesionismo antes de sacar las urnas, el Gobierno precipitó la convocatoria de unos comicios urgentes con la intención de resetear a toda prisa el escenario.
Lo cierto es que Puigdemont burló al CNI y hace campaña en Bruselas mientras se divierte viendo partidos del Girona cuando debería estar acompañando a Oriol Junqueras en Estremera. Soraya Sáenz se vanagloria de la audacia que le ha faltado de manera chapucera, falaz y contraproducente.