Cuando el pasado jueves Mariano Rajoy decidió anular un viaje oficial a Angola -donde tenía previsto entrevistarse con el presidente Joâo Lourenço- para seguir desde Moncloa el fallido pleno de investidura de Jordi Turull, todo el mundo entendió que ese cambio de última hora en su agenda oficial estaba plenamente justificado. Lo que no se comprende de ningún modo es que, tal y como está evolucionando la crisis catalana desde el ingreso en prisión de los ex consellers y la detención de Puigdemont en Alemania, el presidente se vaya de vacaciones de Semana Santa sin haber tomado alguna iniciativa que permita confiar en que el Gobierno controla la situación.
Cataluña está a punto de ebullición con numerosos flancos abiertos. El bloque independentista se cohesiona a marchas forzadas mientras trata de comprometer a los comunes de Ada Colau y Pablo Iglesias en el pleno de este miércoles en defensa de los “derechos políticos de los presos”.
Cada vez más tensión
La CUP borrokiza la calle; las amenazas y el acoso a políticos, jueces y fiscales va en aumento; los Mossos d’Esquadra se fracturan con facciones reacias a intervenir contra los Comités en Defensa de la República; las federaciones catalanas de UGT y CC.OO. hacen frente común con Òmium y ANC para apoyar a los encarcelados...
Por si esto fuera poco, cabeceras como The Times o Der Spiegel dan pábulo a la propaganda nacionalista de que España es un Estado opresor y centralista y la izquierda y los verdes alemanes se postulan a favor de la concesión de asilo político a Puigdemont porque creen que en nuestro país no tendrá un juicio justo.
La batalla de la opinión pública
Con este panorama, lo menos que cabría exigir al presidente del Gobierno es que estuviera al pie del cañón, que reforzara la aplicación del 155, que trabajara para reforzar la unidad de respuesta de los partidos constitucionalistas y que pusiera en marcha una contraofensiva diplomática para no perder la batalla de la opinión pública en el exterior.
Hasta ahora Rajoy se ha limitado a no hacer nada mientras los magistrados le resolvían la papeleta y su vicepresidenta tropezaba una y otra vez en la piedra de ERC. Su falta de liderazgo durante todo el desarrollo de la crisis catalana sólo ha contribuido a aumentar la sensación de zozobra. No es de recibo que, con España en vilo, siga como siempre ausente y se dedique a practicar senderismo en el campo gallego.