Quim Torra, un independentista convencido que cree que Cataluña es un país ocupado por los españoles desde 1714, ha sido designado por Carles Puigdemont para ser el próximo president de la Generalitat. Su segura investidura confirma que el problema de la independencia no sólo no va a retroceder sino que sin duda cobrará un nuevo y folclórico impulso. Al tiempo.
Como si del dedazo de un caudillo bananero se tratara, Puigdemont, un prófugo de la Justicia que vive en Berlín, ha elegido a su marioneta, sin debate ni discusión, para que gobierne en Barcelona a sus órdenes. Así de sencillo, así de duro. La anomalía catalana sigue creciendo imparablemente, y esta provocación, una más, confirma la errónea política del Gobierno ante una crisis ya demasiado larga en la que siempre ha ido por detrás de las maniobras del exprexident.
Antiespañolismo compulsivo
Puigdemont está demostrando su fuerza mientras Rajoy da inequívocas señales de una cierta debilidad. La percepción de que el inquilino de la Moncloa traga con todo para no tener que hacer nada y su más que evidente deseo de querer levantar el 155 cuanto antes, con la errónea creencia de que así se suavizará la tensión entre Madrid y Barcelona, son pruebas del fracaso de sus planteamientos. El arte de Rajoy para autoengañarse no parece tener límite, como ha demostrado con las concesiones al PNV para obtener su apoyo a los Presupuestos.
Que el independentismo catalán se sienta tan fuerte como para elegir a un president que ha hecho gala de un antiespañolismo compulsivo, con un catálogo de tuits que hacen las delicias del sector más duro de la CUP, demuestra hasta qué punto los constitucionalistas están perdiendo la batalla ante la aparente dejadez de quienes tendrían que salir en su defensa y en la de la unidad de España.
La manipulación del tricentenario de 1714
La elección de Torra es un golpe de efecto con el que contrarrestar todo aquello que se ha venido haciendo hasta ahora para frenar el impulso secesionista. Que se haya elegido al que fuera director del Born Centro Cultural que organizó en 2014 los actos para conmemorar y manipular el tricentenario de 1714 –allí pronunció aquello de que “vivimos ocupados”– no es casualidad, ya que fue en torno a esta muestra que pontificaba sobre la invasión española donde se fue gestando el procés separatista actual.
No es de extrañar tampoco que Albert Rivera pida más mano dura en Cataluña por mucho que Rajoy le acuse de deslealtad. Y es más que probable que tras este nuevo disparate incremente si cabe su presión sobre el Ejecutivo para aguantar y endurecer todo lo necesario un 155 que hasta el momento, a la vista está, no ha logrado los fines que debería haber perseguido.