Casi cinco meses después de las elecciones del pasado 21 de diciembre, y después de tres intentos fallidos, Quim Torra, diputado de Junts per Catalunya, se convertirá este lunes en el nuevo president de la Generalitat. La decisión de abstenerse tomada por la CUP da luz a verde al candidato elegido el jueves por Carles Puigdemont desde su exilio berlinés.
Al final, el 155 blando y cobardón impuesto por Mariano Rajoy nos va a dejar un inquilino en el Palau elegido a dedo por un prófugo de la Justicia, y que por lo escuchado el pasado sábado no tiene ningún interés en volver a la senda constitucional, más bien al contrario. Las palabras de Torra fueron un más y más de lo mismo y la prueba inequívoca del inmenso error que supuso la convocatoria de elecciones en Cataluña en un contexto que hacía presagiar lo que al final ha sucedido.
El gran muñidor
Torra no escondió nada en su alegato del sábado y desde el primer momento dejó muy claro que iba a seguir los pasos del anterior Gobierno destituido y que lo haría bajo la dirección de Carles Puigdemont. El ex president vuelve a aparecer una vez más como el gran muñidor de todo lo que ha estado sucediendo en Cataluña en los últimos meses, dejando en evidencia la desastrosa pasividad del Gobierno de la nación en los momentos clave de este conflicto, en los que ha preferido mirar para otro lado y ganarse aliados para sus cuitas personales.
El golpe al Estado resulta evidente y aunque se puede pensar que las provocaciones de Torra tuvieron un trasfondo más retórico que real y que no está claro que el nuevo president quiera y sobre todo pueda seguir navegando por la senda de la vulneración de la legalidad, el resultado final deja por el momento en muy mal lugar a los constitucionalistas que observan con preocupación esta nueva victoria de los que quieren romper España.
Un nuevo 155
Lo más probable es que nos encontremos ante una Legislatura que no será muy larga y que conducirá a unos nuevos comicios en los que el partido de Puigdemont buscará ampliar su número de escaños y paralelamente la mayoría del bloque independentista. En resumen, nos espera un mandato corto y al servicio de un político huido que sin embargo maneja todos los hilos del escenario político catalán pero que acabara en la cárcel en cuanto pise territorio español: el panorama no puede ser más desalentador ni el futuro más deprimente.
Ante esta perspectiva tan poco halagüeña, la pregunta que habría que hacerse es cuánto tardará el Gobierno en volver a poner en marcha un nuevo 155 que esta vez, sí, cumpla con la misión que le señala la Constitución Española.