La detención de Eduardo Zaplana, exministro de Trabajo y expresidente de la Comunidad Valenciana, acusado de blanqueo de capitales y delito fiscal, es el último episodio que ha conmocionado a una región donde ya no parecía caber un escándalo político nuevo, y a un Partido Popular que cada día se despeña un poco más y que vive de sobresalto en sobresalto más pendiente de los juzgados que de su acción política.
Antes que el caso Erial, la corrupción del PP valenciano tuvo otros nombres: Gürtel, Terra Mítica, Fitur, Brugal, Nóos, Pitufeo, Carlos Fabra, Emarsa, Imelsa, Fuego, Fórmula 1 e IVAM, entre otros muchos casos más en los que se encuentran implicados algunos de los nombres propios más importantes del PP valenciano de los últimos lustros. Por no hablar de los trajes de Camps o de la visita del mismísimo Papa Benedicto XVI.
Desolación en el PP valenciano
Zaplana, si se confirman las acusaciones que pesan sobre él, será, por el momento, la última estación del calvario del PP valenciano. Calvario que ha tenido su caldo de cultivo en las dos décadas de poder absoluto y absolutista de los populares en la región. Años en los que los dirigentes conservadores confundieron el poder ganado en las urnas con la impunidad.
Tal y como hoy publicamos, la detención de Zaplana ha causado desolación en el PP valenciano: "Con tres presidentes imputados es difícil que apoyen a otro", manifiestan en el partido, sabedores de que en estas circunstancias se volatiliza cualquier opción de victoria en las autonómicas de 2019. Y es que diluvia sobre mojado. Los populares valencianos arrastran un sinfín de escándalos que han descabezado la organización. Junto a Zaplana, sus sucesores en la Generalidad José Luis Olivas y Francisco Camps también tienen que dar cuentas a la Justicia.
La sombra de la sospecha
El PP, que hizo de Madrid y la Comunidad Valenciana los feudos sobre los que construir sus grandes victorias electorales en España, y que puso a sus líderes como ejemplo de gestión, ve cómo ahora quedan convertidos, una y otra, en referentes de la corrupción.
La sombra de la sospecha siempre sobrevoló sobre Eduardo Zaplana. Desde que conquistó la alcaldía de Benidorm gracias a una tránsfuga o desde que le estalló el caso Naseiro, su trayectoria política siempre ha estado marcada por polémicas y acusaciones. Si se confirmaran las acusaciones que penden sobre él, se vendrían abajo su milagro valenciano y su imagen de político agresivo, brillante y gran estratega. Sería el fin del Campeón, como le llamaban propios y ajenos desde que a Julio Iglesias se le ocurriera el nombre por casualidad.