La primera rueda de prensa de Màxim Huerta desde que fue nombrado ministro de Cultura y Deporte ha sido para anunciar su dimisión, apenas seis días después de prometer su cargo ante Felipe VI. Y todo tras saberse que el ya exministro fue sentenciado el pasado año por defraudar a Hacienda 218.332 euros valiéndose de una sociedad pantalla creada en 2006.
Huerta presentó su renuncia a Pedro Sánchez horas después de que el presidente del Gobierno defendiera a su ministro y rechazara prescindir de él. Sin embargo, un vídeo con unas declaraciones del propio Sánchez en 2015 precipitó los acontecimientos y sentenció al escritor.
‘Maldita’ hemeroteca
“Es inmoral tener al número tres de tu organización que ha creado una sociedad interpuesta para tributar la mitad de lo que le correspondería. Esa persona al día siguiente estaría fuera de mi Ejecutiva”, dijo entonces el ahora inquilino de la Moncloa cuando se le preguntó por los escándalos con Hacienda del fundador de Podemos Juan Carlos Monedero.
La maldita hemeroteca ha hecho que Sánchez olvidara por la tarde lo que había defendido por la mañana. Además, el pecado original de su llegada al poder, mediante una moción de censura por la corrupción del Partido Popular, le obligaba a no poder pasar por alto la corrupción entre comillas de su ministro de Cultura y Deporte.
Es imposible no encontrar ciertos paralelismos entre las caídas políticas de Màxim Huerta y Cristina Cifuentes, expresidenta de la Comunidad de Madrid. Ambos han tenido que dejar su puesto por cuestiones no relacionadas con su actividad política; ambos han visto arruinada su carrera por acontecimientos ocurridos hace años, y ambos han dimitido por prácticas políticamente inaceptables pero no delictivas en si mismas.
La extrema debilidad del Gobierno
Cifuentes y Huerta también se han defendido –ella en abril y él este miércoles– diciendo que les aconsejaron mal y que otros hicieron lo mismo y nada les ocurrió; y ambos han coincidido en sentirse víctimas de cruentas campañas de acoso y derribo por parte de los medios de comunicación.
Y hay otro punto en el que convergen sus caídas políticas: ambos fueron incapaces de confesar en su momento sus pecados de antaño. Cifuentes no contó lo de la cremas al entonces ministro del Interior cuando la nombró delegada del Gobierno en Madrid, mientras que a Huerta se le olvidó confesarle al presidente las sentencias del pasado año. La única diferencia en sus biografías recientes radica en que Cifuentes aguantó el chaparrón 34 días y Huerta apenas 10 horas.
Lo que ha puesto de manifiesto esta primera crisis del Gobierno de Pedro Sánchez es la extrema debilidad con la que afronta su aventura. Una debilidad que va más allá de la reprobación de éste o aquél ministro –Rajoy tuvo amonestado a la mitad de su Ejecutivo y no pasó nada– y que se visualiza en el hecho de verse atrapado entre la pinza del Partido Popular y de Podemos. Una pinza que posiblemente no ha hecho más que empezar y que amenaza con convertir en pesadilla los sueños de Sánchez.