La victoria de Francia frente a una aguerrida Croacia ha puesto la guinda a un Mundial con luces y sombras que van más allá de lo deportivo. La denominada nueva Rusia se ha mostrado al mundo como una nación pujante. A la magnífica organización, hay que sumar la ausencia de incidentes, el control de la amenaza terrorista y unas instalaciones de primera magnitud.
Putin ha sabido revestir con modernidad su talante autoritario gracias al magnetismo del fútbol. Eso sí, a excepción de Felipe VI, Macron y la presidenta croata, pocos son los líderes que se han acercado a Rusia para evitar blanquear a su presidente.
Doble moral
Cabría plantear, en ese sentido, los criterios de la FIFA para elegir las sedes. Si ya arriesgó con Rusia, qué decir de un Estado tan alejado de la democracia como Qatar, que albergará la Copa del Mundo de 2022. Queda patente la doble moral de este organismo: anuncia el fair play, prohíbe enfocar a "mujeres atractivas" en los estadios, mientras que le hace el juego a regímenes de dudosa reputación.
Pero Rusia 2018 ha sido, también, el Mundial del VAR. Un acierto a todas luces que ha vencido las reticencias iniciales: la aplicación de la tecnología en busca de mayor justicia encamina necesariamente el fútbol moderno hacia un juego más limpio.
Fracaso de España
Por último hay que consignar el fracaso de nuestra Selección. Pese a llegar a Rusia como una de las favoritas, España ha sido una de las grandes decepciones. Todo empezó a torcerse con la destitución de Lopetegui; después, ni su sustituto -Fernando Hierro- ni los jugadores estuvieron a la altura de lo que cabría esperar de ellos. Rubiales ha redondeado su polémica gestión con la incorporación de Luis Enrique como seleccionador.
El desenlace de Rusia debería servir de punto de partida para nuevos éxitos. Tras los grandes triunfos en las Eurocopas de 2008 y 2012, y el Mundial de Sudáfrica de 2010, sólo se han cosechado sonoros fracasos. Hay que empezar un nuevo ciclo.