El lamentable espectáculo que este miércoles han protagonizado en el Parlamento los diputados de ERC, con los enésimos insultos de Gabriel Rufián y el escupitajo de Jordi Salvador, demuestra el deterioro al que ha llegado la institución. Pero sobre todo, retrata perfectamente la fragilidad de un Gobierno que para alargar la legislatura necesita los apoyos de hasta quienes le escupen.
Eso explica que el mismo Pedro Sánchez que -aún no hace ni un mes- se indignó, conminó a rectificar a Pablo Casado y anunció públicamente que rompía relaciones con él por haberle llamado "golpista", trata ahora de minimizar los exabruptos y el gesto despreciable hacia su ministro de Exteriores.
Culpables identificados
No es verdad, como dijo el presidente del Gobierno en un comunicado, que lo vivido este miércoles en el Hemiciclo haya ocurrido en otras ocasiones. No existen precedentes de un salivazo a un ministro. Pero se equivoca además al querer diluir la responsabilidad de unos hechos que tienen unos protagonistas perfectamente identificados.
Por lo tanto, no "todos" deben "pedir disculpas a la sociedad", como animó a hacer Sánchez. Pero si el presidente aún podría alegar que se pronuncia en esos términos por responsabilidad institucional, lo que moralmente no tiene justificación es la actitud de los dirigentes del PSOE. Han asegurado que no vieron nada -aunque las imágenes grabadas son claras- y han dado el mismo crédito a la palabra de Borrell que a la del grosero diputado que dice que sólo hizo un gesto similar al de escupir.
Tirón de orejas
Si a los hechos gravísimos del Parlamento añadimos el nuevo y simultáneo tirón de orejas que la UE, la OCDE y el FMI han dado al Gobierno, pidiendo otros Presupuestos y denunciado que las cuentas presentadas incluyen ingresos inflados y gastos ocultos, poco cabe esperar ya de la legislatura.
El crédito de Sánchez se desangra a chorros. Su empeño en seguir a toda costa no es realista. Renuncie, presidente, y convoque elecciones. Esto no da más de sí.