La 28ª obsesión de EL ESPAÑOL, titulada Justicia en el deporte, ojo de halcón incluido, es clara: "la tecnología se ha introducido en el deporte para hacer justicia en los lances controvertidos que pueden ser decisivos para el resultado de una competición (...)". Pues bien, lo que se vivió el domingo en la final de la Copa del Rey de baloncesto entre el Real Madrid y el Barcelona fue un claro ejemplo de cómo un incomprensible error profesional impide el auxilio de las herramientas que brinda la tecnología.
El problema no es ya que los colegiados dieran como válida una canasta al Barcelona en el último suspiro. Tampoco que el arbitraje en la final de una competición de tal prestigio cometiera dos flagrantes y decisivos errores consecutivos. El problema de fondo es la paradoja de que, pese a los avances tecnológicos destinados a minimizar el error humano, éste siga condicionando lastimosamente la competición.
Negligencia
La actuación del trío arbitral en el WiZink Center de Madrid raya la negligencia profesional: sólo cotejaron dos tomas de vídeo de las 11 disponibles para revisar la jugada. Con el agravante añadido de que la alta competición permite que los telespectadores vean inmediatamente múltiples imágenes de cada acción polémica. Es decir, toda España vio el clamoroso error arbitral antes incluso de que sonara la bocina final.
Las explicaciones de la ACB, asumiendo que se cometieron "errores graves", no le sirven siquiera de consuelo al Real Madrid, que ha llegado incluso a amenazar con el abandono de la competición española al entender que ha sido gravemente perjudicado en dos finales consecutivas. Es incomprensible que los colegiados apenas le dedicaran 51 segundos a la acción clave del encuentro.
Profesionalidad
La patente falta de profesionalidad de los árbitros en el desenlace del partido debería acarrearles una dura sanción, pero, sobre todo, tendría que servir de muestra para que algo así no vuelva a repetirse en la alta competición.
En cualquier caso, no hay que confundir los términos. La culpa de lo ocurrido en la final no es del Instant Replay -como tantas veces en el fútbol tampoco lo es del VAR-. Las cámaras y las imágenes no se equivocaron: fallaron los colegiados. Por lo tanto, la injusticia no cabe achacársela en ningún caso a la tecnología.