La triple convocatoria electoral del domingo deja un claro vencedor, Pedro Sánchez, que puede entender los resultados como su reafirmación: el PSOE se erige como primer partido de España. Bien es verdad que una noche que podía haber significado el hundimiento del centro y la derecha en general -y la tumba de Pablo Casado en particular- sirvió para compensar y equilibrar el resultado de las recientes elecciones generales.

Este reequilibrio del tablero político no obedece tanto a razones numéricas -el PSOE ha vencido con contundencia- como a lo que el 26-M ha supuesto para el centroderecha en lo simbólico y cualitativo. Retiene la Comunidad de Madrid, se impone en Castilla y León o Murcia, y recupera plazas fundamentales como la capital de España o Aragón.

Naufragio

En el relato de lo vivido este 26-M hay un colaborador inesperado, Pablo Iglesias, responsable del hundimiento de Podemos, víctima de luchas internas. La prueba más palmaria es la batalla de Madrid y su pulso con Íñigo Errejón. Lo que Vox supuso para el PP en las generales, con la fragmentación del voto en la derecha, es lo que Podemos ha sido ahora para el PSOE. Su naufragio ha impedido que la izquierda arrase. 

La lectura está clara. Aunque el PSOE gana cuota de poder, la investidura se le complica a Sánchez. El presidente no puede seguir el guión de un Pablo Iglesias que ha tocado fondo y que ya no está en disposición de exigir nada.

Esta situación favorece que Pablo Casado y Albert Rivera se abstengan en la investidura de Sánchez para evitar que el PSOE sea rehén del populismo y del separatismo. Y a partir de ahí, es inaplazable que los acuerdos de Estado sean la norma de la legislatura.

Árbitro

Por el camino, Ciudadanos -que no ha sobrepasado al PP- debe aterrizar en la realidad. Es verdad que se esfuma su pretensión de liderar el bloque del centroderecha, pero se consolida su papel como árbitro y garante de la centralidad en un gran número de ayuntamientos y autonomías.

Pablo Casado ha sobrevivido al 26-M y coge aire, confirmando su hegemonía en la derecha. Eso obliga a Rivera a volver a actuar como partido de centro, completando mayorías: en pos de la estabilidad tendrá que pactar con unos y con otros, y ése es su principal dilema, porque le lloverán críticas por todos los flancos y tendrá que lidiar con sus escrúpulos y contradicciones.

Acabado el ciclo electoral que ha tenido a España en permanente campaña durante los últimos meses, toca hacer política.