Este lunes, el día después de la triple convocatoria electoral del 26-M, el Rey Juan Carlos ha comunicado a Felipe VI que abandonará la vida pública a partir del próximo sábado, es decir, cuando se cumplen cinco años desde su abdicación. Según explica el Rey Emérito en una carta dirigida al Jefe del Estado, ha "llegado el momento de pasar una nueva página" y completar su "retirada de la vida pública".
Es significativo, más allá de lo sorprendente del anuncio y la forma elegida, que la propia Zarzuela no haya aclarado en su escueto comunicado -en el que meramente transcribe el contenido de la misiva- cuál será el último acto de Juan Carlos I. Eso contribuye a fomentar una nebulosa de incertidumbres sobre su sopresiva retirada de la esfera oficial.
Escándalos
Cierto es que Juan Carlos I ha sido protagonista de no pocos escándalos tras su abdicación que han salpicado a la institución: del caso Nóos a las grabaciones de Villarejo en las que su amiga Corinna zu Sayn-Wittgenstein aseguraba que el Monarca la usó como testaferro para ocultar propiedades en el extranjero. Desde entonces, la Casa Real ha intentado limitar la presencia del Emérito para evitar el desgaste de la Corona.
La fotografía de Juan Carlos I departiendo amigablemente con el príncipe heredero de Arabia Saudí, bin Salman, el presunto cerebro del asesinato del periodista Jamal Khashoggi según la Inteligencia norteameriacana, fue el colofón a un cúmulo de desaciertos de quien ha prestado no pocos servicios a España durante casi cuarenta años de reinado.
Mal final
La propia figura de un monarca emérito es inaudita en nuestro país, y sólo por esa razón tenía un difícil encaje. De hecho, tras abdicar, nunca ha quedado claro del todo su nivel de protección ante causas jurídicas y penales. Hasta este mismo lunes existía el debate de cómo limitar y regular sus actividades para que no interfiriesen en la labor de Felipe VI o del propio Ejecutivo.
Lo abrupto de la despedida y el silencio de Zarzuela generan la sensación de que esta retirada de Juan Carlos I puede interpretarse como un portazo a la Casa Real, muy celosa -especialmente con la supervisión de la Reina Letizia- de la imagen pública de la Corona. A nadie escapa que lo rotundo del gesto, así como el hecho de que haya sido una decisión unilateral y sin consenso con Doña Sofía, es fruto del criterio de un hombre que nunca ha querido que le marquen la senda de su vida.